Entre polvo y hojas

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E N T R E      P O L V O      Y      H O J A S



MAIA:


Quizás haya cometido un error.

Un grave error.

Bueno, de pronto estoy hablando de ello como si fuera la peor catástrofe de mi vida... Bien, tal vez no lo sea, pero si que se le puede acercar bastante.

En estos momentos, estoy completamente a solas con el docente Erick en la inmensa biblioteca.

Permítanme meterlos en contexto, por favor.

De camino hacia la biblioteca, tanto Bruno como Erick no guardaron silencio. De hecho, si no estuviera al tanto de la situación, pensaría que ellos llevan una relación amistosa de un par de semanas. La única solución que se me ocurrió, fue situarme en el medio de los dos, pensé que de ese modo dejarían de hablar, o al menos, me involucrarían en su conversación sin sentido.

Oh, que tan equivocada estaba.

Subestimé la capacidad de Bruno de hablar hasta por los codos, y al parecer, se le había olvidado por completo de lo que habíamos charlado. Tanto en la salida como por los pasillos, no dejaron de hacer trabajar a sus lenguas. Aunque, siendo objetiva, Bruno hablaba y el docente Erick replicaba.

Sabia que tenia que hacer algo, o esto terminaría muy mal... Muy mal para mí. Así que, al llegar a la biblioteca, tomé la iniciativa de agarrar el toro por los cuernos. Mientras el docente Erick hablaba con el bibliotecario, solicitando permiso para sacar un par de libros de la universidad, sujeté a Bruno por el brazo y nos alejamos un par de metros del docente.

—¿Qué crees que haces? —susurré. —. ¿Se te olvidó nuestro trato?

Al escuchar mis palabras, el rostro sonriente de Bruno cambió por uno abrumado. Ahí me di cuenta de que, ni siquiera él sabia lo que estaba haciendo.

Y tampoco sabia lo que estaba a punto de hacer... Juro que, si hubiera sabido algo como lo que se le iba a ocurrir, hubiera abandonado la biblioteca de inmediato.

Después de disculparse y prometer que mediría sus palabras, nos volvimos a acercar al docente Erick, quien ya había terminado de obtener su permiso. Él nos observó de manera extraña, casi meticulosa, más no pregunto que estábamos murmullando entre nosotros.

—Bien... No vamos a tardar mucho. Solo síganme —anunció calmadamente.

Cuando ya me disponía a seguirlo, pasó lo que les conté al principio. Una desgracia llamada: Bruno López.

—Erick —pronunció Bruno en un quejido. Que indicaba más pena ajena que dolor. Tanto el docente Erick como yo nos dimos la vuelta, para observarlo con sus manos haciendo presión en su vientre. —. Creo que el yogurt me ha caído mal... Tengo unos cólicos terribles...

Bien, en ese momento me pregunté: ¿Es posible que los hombres sientan cólicos?

—Si no voy al baño perderé mi dignidad en la universidad —trató de hacer una expresión de afán combinada con sufrimiento.

Fue la peor actuación que vi en mi vida.

—Primero que todo: No me llames de un modo tan amistoso —comunicó el docente Erick. —. Segundo: ... Lárgate.

Porque esta es mi primera vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora