16. Carbón

1.4K 267 212
                                    


El brillo de las lunas de Neibos se coló por las ventanas e iluminó la sala de sanación junto con la luz azul del fuego

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

El brillo de las lunas de Neibos se coló por las ventanas e iluminó la sala de sanación junto con la luz azul del fuego. Me distraje contando las estrellas durante un tiempo, pero hasta tu actividad favorita se volvía tediosa cuando no te quedaba otra alternativa. Me revolví en la cama y suspiré resignada. Empezaba a estar harta de los habitantes de la Fortaleza y las acusaciones del Consejo. El sanador me visitó en varias ocasiones para comprobar cómo estaba. Me encontraba mucho mejor gracias a la tisana de hierbas que me había preparado, y la comida que me habían traído Cruz y mi padre ayudó a que mi cuerpo se calmase. Aunque la niebla me seguía ralentizando la mente, ya no me sentía tan cansada, pero ellos parecían haber pasado un ciclo sin dormir. Como mi mejoría era evidente, logré convencerlos de que se fuesen a descansar, lo que me dejó a solas con mis pensamientos descontrolados.

Que Vayras se hubiese servido de mi conmoción para engañarme me quemaba por dentro, pero no me sorprendía. El consejero aprovechaba cada oportunidad para dejarme en ridículo o destacar que no pertenecía a la Fortaleza, y aquella ocasión no iba a ser diferente. Me incorporé y apoyé la espalda contra la pared. Estaba aburrida y preocupada y necesitaba encontrar un entretenimiento antes de hacer algo de lo que pudiese arrepentirme. Las brasas celestes centellearon entre las llamas y me levanté para investigar lo que guardaba el sanador en las estanterías. Las baldas estaban llenas de color, pues en ellas descansaban cristales de diversos tipos, hierbas medicinales, artefactos cuya finalidad desconocía y prismas y pirámides que guardaban conocimiento sobre el arte de la sanación.

En uno de los cajones del escritorio descubrí una libreta con tapas creadas a partir de la planta de plasma, y cuando deslicé los dedos por la cubierta, el material se iluminó para mostrar los puntos de luz azul que se ocultaban en su interior. El color del mar no se extendía al papel, ya que las hojas que se mantenían unidas por anillas de nácar evocaban a la cálida arena de la playa. Sonreí mientras me disponía a arrancar una página. Estaban todas en blanco y nadie notaría su ausencia, pero la belleza del cuaderno era tal que decidí llevármelo para apreciarlo durante unos latidos más. Lo devolvería cuando hubiese terminado. Cogí unas pinzas de cristal turquesa de la estantería, y tras rebuscar entre las brasas, aparté dos trozos de carbón que se habían apagado hacía un buen rato. Uno era el recuerdo de un pedazo de madera del árbol del viento y el otro había sido una rama del árbol de fuego lunar en sus mejores atardeceres.

Hacía muchos soles, cuando era una niña, había descubierto que el residuo de la leña quemada se pegaba al papel y manchaba las hojas naturales como si se tratase de pigmento. Los neis podían materializar herramientas con las que dibujar y crear, pero yo tenía una forma diferente de hacer las cosas. Era muy cuidadosa escogiendo la madera, porque según aprendería con los ciclos, cada especie producía un pigmento diferente. De los fragmentos que descansaban en la repisa de la ventana obtendría un color grisáceo, como el árbol del viento, y otro añil, como la madera del árbol de fuego lunar. En mis expediciones recolectaba ramas de distintas especies y después de quemarlas las recubría con hilo de plata para que no se quebrasen con el uso. Mi cuarto estaba repleto de dibujos del bosque y del mar, de los animales con los que me encontraba en los caminos y de mis plantas mágicas favoritas.

La perdición de la tormenta (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora