-Romance, fantasía, aventura-
Obligada a vivir al margen de la sociedad por no ser como el resto, la singular Moira Stone se verá forzada a salir de su escondite cuando un inaudito acontecimiento amenace con destruir su hogar. ¿Pero qué puede hacer...
Este capítulo es el doble de largo de lo normal. Léelo con tiempo.
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Me desperté tumbada sobre la tela suave de la hamaca. El fuego se había apagado, pero el interior de la cabaña estaba iluminado por los primeros rayos de los soles. En el exterior me recibió un cielo despejado y teñido por los colores del amanecer.
—Buenos días —dije en cuanto me uní a los soldados, que se reunían alrededor de una hoguera.
Pero nadie me respondió. Sus miradas se centraban en Killian, que se encargaba de remover una infusión que desprendía un aroma delicioso.
—¿Ya está lista? —le pregunté.
—En un latido. Voy a coger un poco más de agua.
El jefe del clan desapareció en busca de alguno de los cuencos que se habían llenado con la lluvia. Me senté junto al fuego para deshacerme del frío de la mañana y los soldados intercambiaron miradas recelosas.
—Algo va mal —dijo Max con la mirada fija en la espalda de Killian.
—Anoche vino a la cabaña —expliqué en un susurro—. Me dio una lágrima de luna y me pidió que le borrase la memoria.
—¿¡Que hizo qué!? —exclamó Mónica.
El rostro de Quentin se transformó con reconocimiento; seguro que Killian no le había dicho que planeaba utilizar el poder rubí contra sí mismo.
—¿Pudiste hacerlo? —me preguntó.
Asentí en silencio y los soldados me dedicaron una mirada de asombro que me incomodó. Aidan se llevó una mano a la cabeza, al igual que Max, cuyo rostro se transformó con gravedad.
—Si la Autoridad lo descubre, lo condenarán por traición.
—¿Qué? —pregunté más alto de lo que debería—. ¿Cómo van a culparlo por estar hechizado?
—Es casi imposible utilizar la magia de la mente contra el Ix Realix —me explicó Aidan—. Además de necesitar una conexión profunda con la otra persona, es él mismo quien tiene que abrirle la puerta al poder de las gemas.
—La Autoridad sabrá que ha estado involucrado —se lamentó Quentin.
—Pero es el Ix Realix, no pueden matarlo.
—La ley es justa, y por ello, nada exime de su cumplimiento —recitó Mónica con tristeza.
Los soldados se tensaron cuando Killian regresó con el agua. Lo observé mientras la vertía en el cuenco y me entraron ganas de abofetearlo. ¿Por qué no me había hablado del riesgo al que se enfrentaba?
—Porque entonces habrías tenido que escoger entre la vida de tus amigos y la suya —me dijo Trasno antes de sentarse junto a mí—. No es mal tipo el cachalote deslenguado.