18. Una bonita paradoja

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Me desperté en cuanto sentí una presencia y me encontré con unos ojos grises que me observaban desde la distancia

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Me desperté en cuanto sentí una presencia y me encontré con unos ojos grises que me observaban desde la distancia. El sanador se acercó y me incorporé para deshacerme de las mantas bajo las que me ocultaba. Al hacerlo descubrí que tenía los dedos agarrotados, ya que me había dormido sujetando el cuaderno de plasma y nácar como si fuese un talismán con el que protegerme de lo que estaba por venir.

—Espero que no le moleste que lo haya tomado prestado —le dije mientras se lo tendía—. Necesitaba algo con lo que entretenerme y fue lo primero que encontré, disculpe.

El sanador tomó el cuaderno sin decir nada. Las cubiertas se iluminaron allí donde se posaron sus dedos y el aqua lo abrió para comprobar qué había escrito dentro. Fue entonces cuando recordé que no había arrancado el dibujo de Trasno tras la debacle de la sala de preservación. Los ojos del sanador se toparon con el retrato del duende y en su rostro se formó una sonrisa ladina.

«Has puesto el listón demasiado alto» —dijo con el humo celeste que se formó ante mí—. «Ahora cualquier cosa que escriba en él será insignificante. Es mejor que te lo quedes».

—No puedo aceptarlo.

«¿Qué te lo impide?»

—Es demasiado valioso.

«El valor de las cosas es relativo, muchacha. Depende del aprecio que le tengamos al mundo que nos rodea. Veo que compartimos las mismas ganas de vivir, así que no contradigas a un pobre anciano y acepta el regalo».

—¿Un pobre anciano? —pregunté mientras tomaba el cuaderno, pues su edad no era tan avanzada.

«Ha funcionado, ¿no?» —dijo antes de acercarme un cristal anaranjado a la frente.

El sanador me posó una mano en la clavícula y sentí la energía que emanaba de sus dedos aunque no utilizase el poder elemental. Mi dolor de cabeza se disipó al instante y el recuerdo de lo que había descubierto la noche anterior brilló en mi memoria. Cerré los ojos durante unos latidos, afectada por el miedo, y sentí el humo de sus palabras sobre las mejillas.

«La energía que fluye por nuestro cuerpo dice mucho de nosotros, muchacha».

—Supongo que la mía deja claro quién soy.

«Tienes razón, pero te equivocas».

—¿En qué quedamos?

«En una bonita paradoja».

Mi rostro se iluminó con una sonrisa que el sanador correspondió antes de posarme un cristal granate sobre el corazón. Mis latidos resonaron en la cavidad hueca y el aqua cerró los ojos y me colocó dos dedos en la frente. Una energía chispeante me recorrió las venas al instante y jadeé sobresaltada.

«Eres muy perceptiva».

—Asumo que la charla sobre la energía viene por mi mal humor.

«Las emociones son contagiosas, señorita Stone. Se propagan con la fuerza del mar y el alcance del viento. Hay personas que consiguen llenar estancias con su espíritu, mientras que la oscuridad de otras logra apagar incluso las luces más brillantes».

La perdición de la tormenta (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora