42. Silva

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Llevaba el diario de Adaír pegado al pecho, oculto tras la capa azul que vestía, mientras caminaba sin rumbo por los corredores del castillo

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Llevaba el diario de Adaír pegado al pecho, oculto tras la capa azul que vestía, mientras caminaba sin rumbo por los corredores del castillo. El bullicio y la actividad parecían haberse calmado tras la visita de los Ix Regnix, aunque el caos de mi mente generaba más ruido que cualquier fiesta que se hubiese podido celebrar en la Fortaleza.

Aquella mañana di una clase sobre enfermedades antiguas. Mis alumnos me hicieron pensar en factores que había pasado por alto y gracias a sus preguntas me decidí a investigar un poco más sobre el asunto. Cuando regresé de Slusonia fui directa a la sala de preservación, pero en vez de entrar, terminé dando vueltas por el castillo.

Seguía teniendo el corazón acelerado por todo lo que había ocurrido en el clan Rubí. Era incapaz de olvidar el sufrimiento de los habitantes de la Ciudad Gris. No lograba comprender cómo era posible que los neis de un reino se viesen obligados a construir una ciudad oculta para protegerse de los abusos de la Autoridad, pero lo que me resultaba todavía más difícil de creer, era que nadie conociese las condiciones en las que vivían.

—Tú tampoco lo sabías —me recordó Trasno. El duende se materializó sobre una lámpara de sal que colgaba de la pared y me miró con los brazos cruzados.

—Yo no había viajado nunca al reino Rojo —repliqué molesta.

—Al igual que la mayoría de los habitantes de Neibos.

—Las grandes familias y los Ixes se visitan constantemente.

—En los viajes de placer, nadie tiene ojos para más que su propio disfrute.

—¿Por qué los defiendes? —pregunté airada.

—¿Con quién hablas?

La voz de Alis me sobresaltó y los pasos de la joven resonaron en el pasillo conforme se acercaba.

—Sola —dije mientras me llevaba una mano a la frente—. Todavía no he asumido lo que hemos descubierto.

—Sé que es difícil, pero-

—¿Por qué no le has hablado a Killian del diario? —le pregunté enfadada—. Dijiste que se lo contarías cuando estuviésemos en el clan Rubí.

—No tuve la ocasión.

—Alis —dije incrédula.

—No me pareció un buen momento.

—Nunca es un buen momento para contarle a las personas que quieres que les has mentido.

La joven me miró y ladeó la cabeza con sospecha, pero mi atención ya no estaba puesta en ella, sino en la espalda del jefe del clan, que por fin había salido de la sala de reunión.

—¡Killian!

Mi voz rebotó en las paredes y provocó que tanto él como sus acompañantes se volviesen en nuestra dirección. El jefe del clan frunció el ceño y se disculpó con los Ixes antes de encaminarse hacia nosotras.

La perdición de la tormenta (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora