-Romance, fantasía, aventura-
Obligada a vivir al margen de la sociedad por no ser como el resto, la singular Moira Stone se verá forzada a salir de su escondite cuando un inaudito acontecimiento amenace con destruir su hogar. ¿Pero qué puede hacer...
Gracias por todas las conversaciones que generáis alrededor de la novela 💖
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Me desperté con el viento acariciándome las mejillas. El olor a humo inundaba el bosque y Killian atizaba las llamas con una rama del árbol de fuego lunar. Su rostro pensativo se volvió hacia mí y en el mar de sus ojos vi las decenas de preocupaciones que lo atormentaban.
—Mágicos... Buenos días —rectificó.
—¿Has dormido bien? —pregunté en cuanto reparé en las sombras púrpuras que se extendían sobre sus pómulos.
—Últimamente me cuesta mucho conciliar el sueño.
—¡¡Mágicos días!! —exclamó Quentin mientras salía al exterior.
—¡Te voy a arrancar la cabeza! —le gritó Mónica desde su tienda.
—¿Qué ocurre, flor de mi vida? ¿No te gusta escuchar mi dulce voz con el amanecer?
—A mí me encanta —le confesó Aidan con un guiño de ojos.
Max escogió aquel momento para aparecer entre los árboles. Mónica se unió a nosotros enfurruñada, lo que dibujó sonrisas en los rostros de los soldados, pero sus expresiones se tiñeron de pánico cuando bajé de la hamaca y estornudé.
—¿Estás bien?
—¿Qué ocurre?
—¿Estás herida?
Me reí, pensando que se trataba de una broma, pero mi buen humor no logró desterrar el temor de sus miradas.
—¿Vosotros no estornudáis nunca?
—¿Estornudar? —repitió Max.
—Jamás he visto a nadie hacerlo —dijo Killian desconcertado.
—No hay enfermedades en Neibos, Moira.
Trasno se dejó ver entre las ramas y me dedicó una mirada grave. Intenté disimular mi intranquilidad mientras preparábamos el desayuno, pero fui incapaz de ignorar el miedo que me atravesó la carne.
—Esto no prueba nada —me dijo el duende.
Pero ambos sabíamos que se trataba de otro ejemplo de cómo mi cuerpo y mi mente eran susceptibles a dolencias de las que los neis jamás habían oído hablar.
Recorrimos llanuras, arboledas y colinas que no se correspondían con la información que recogían los mapas. Bebimos de los arroyos y comimos frutos que encontramos por el camino, pero seguimos avanzando en busca de una entrada que se mantenía oculta a nuestros ojos. Me aparté para cederle el paso a un trol de piedra que se movía entre las sombras de los árboles y Aidan me miró con el ceño fruncido. El aqua no dijo nada, aunque sus sospechas y las de Quentin se agravaron en cuanto nos detuvimos a comer.