-Romance, fantasía, aventura-
Obligada a vivir al margen de la sociedad por no ser como el resto, la singular Moira Stone se verá forzada a salir de su escondite cuando un inaudito acontecimiento amenace con destruir su hogar. ¿Pero qué puede hacer...
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El animal se acercó con una lentitud que permitió que apreciase su gran tamaño. Las llamas que brotaban de su cuerpo anaranjado proyectaban un juego de luces y sombras sobre la naturaleza que lo rodeaba y el fuego incendió las ramas más cercanas a él. El olor a humo y rabia inundó el ambiente y una ráfaga de aire provocó que las llamas se alzasen varios metros sobre el suelo. Los árboles lloraron en el idioma de la savia y la magia del bosque quedó reducida a cenizas. El miedo me ralentizó el pensamiento y me volví en busca de un lugar en el que refugiarme, pero en el claro no había nada que pudiese protegerme de aquel jabalí de fuego que me observaba con una maldad salida del mismísimo infierno.
El espeso pelo tostado que le cubría el cuerpo parecía ajeno a las llamas y de su boca sobresalían cuatro gruesos y ebúrneos colmillos que se curvaban hasta alcanzarle las orejas. Su hocico propagó una nube de humo que me dificultó la respiración y el animal emitió un gruñido que resonó en la tranquilidad del bosque. Su piel se cuarteó y en ella se formaron grietas que se iluminaron como si contuviesen el magma de un volcán que estaba a punto de entrar en erupción.
El jabalí chilló y cogí la daga que llevaba en el cinturón a toda prisa. El miedo me paralizó y me aferré al arma con tanta angustia que sentí que se me clavaban sus ornamentos en la piel. Me esforcé por dar con una idea brillante que me sacase de aquel apuro, pero en el fondo sabía que no había nada que hacer. Los jabalíes de fuego eran uno de los animales más peligrosos de todos los reinos y mis probabilidades de sobrevivir a su ataque sin utilizar la magia eran ínfimas.
Las pezuñas del animal se levantaron del suelo y se lanzaron hacia mí. El latido de mi corazón se aceleró y me temblaron las piernas por el pánico. Me obligué a luchar contra mi instinto de supervivencia, que me urgía a salir corriendo a pesar de saber que darle la espalda a un jabalí de fuego no supondría más que la muerte. Apreté los dientes antes de emitir un grito de terror que me desgarró la garganta y eché a correr hacia él.
El jabalí profirió un sonido similar a una carcajada, tan sorprendido como yo por mi estupidez. Una fina capa de sudor me cubrió la piel en cuanto me acerqué a las llamas que devoraban el bosque y me preparé para clavarle la daga en algún lugar del cuerpo.
Mi plan estaba condenado al fracaso, y aunque sabía que una cuchilla forjada con sal del océano no podría atravesar la carne de un animal tan peligroso como aquel, me negué a rendirme sin haberlo intentado.
El jabalí gruñó con furia y el humo que le brotó del hocico me dificultó la visión. Sus ojos de fuego brillaron entre las llamas y el ansia de violencia que se reflejó en sus iris provocó temblase con pavor. El aire me quemó los pulmones en cuanto fui consciente de que no tenía escapatoria, pues sus gruesos colmillos impedirían que me acercase lo suficiente como para asestarle un golpe certero.
Me detuve de inmediato, consciente de lo que aquello significaba, e hice las paces con mi futuro. La daga escapó de mis dedos y cayó al suelo con un golpe sordo. Los chillidos del animal me sacudieron con un escalofrío y cerré los ojos antes de sentir el fuerte impacto que me lanzó a través del claro.