28. Anécdotas y planes de futuro

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No me gustaba usar las lágrimas de luna a la ligera, pues contenían magia que no me pertenecía y que estaba condenada a extinguirse

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No me gustaba usar las lágrimas de luna a la ligera, pues contenían magia que no me pertenecía y que estaba condenada a extinguirse. Los soldados se encargaban de reponerlas asiduamente, ya que consumía muchas entrenando con ellos, y aunque sabía que lo hacían encantados, no quería darles más trabajo. Aquel poder no era mío y no quería utilizarlo más de lo necesario. En aquel momento, sin embargo, no me sentí culpable por ocultarme tras un hechizo de invisibilidad.

Los eruditos y los grandes maestros habían terminado de analizar la huella mágica de la Fortaleza y los corredores estaban repletos de neis que ya se sentían lo bastante seguros como para salir a la calle. El poder de las gemas fluía a mi alrededor como si nunca hubiese desaparecido y me deslicé por los pasillos para llegar a la torre de Adaír lo antes posible.

Aunque la magia evitaba que la gente me viese, no podía hacer nada contra las conversaciones y los cuchicheos que inundaban el castillo. Los habitantes de la Fortaleza estaban eufóricos tras haber descubierto quién era su futura Ix Realix, y que se tratase de la nywïth del jefe del clan no hacía más que aumentar su emoción. Aquel era un acontecimiento insólito y los Ix Regnix de los demás clanes habían anunciado su visita al reino para presentar sus respetos. El Consejo quería organizar una celebración y ya había especulaciones sobre la ceremonia de enlace, aunque los eruditos y los Ixes consideraban que lo mejor sería que se vinculasen cuanto antes, pues ambos necesitarían toda la fuerza posible para proteger al reino de lo que estaba por venir.

Me esforcé por ignorar las conversaciones de los agentes del castillo, pero la tristeza que se extendió por mi pecho me llenó los ojos de angustia. Suspiré en el silencio que inundaba la torre secreta y me senté ante el fuego azul para continuar investigando los documentos de Adaír. El padre de Killian concentraba un gran conocimiento que no dejaba de maravillarme y aquella tarde descubrí un portapapeles de algodón de mar oculto tras varios libros. En su interior encontré decenas de estudios relacionados con enfermedades, lo que me puso en tensión al instante. Los bordes de las páginas estaban repletos de anotaciones, dudas y símbolos que mostraban su desconcierto, y en los últimos documentos descubrí que el antiguo Ix Realix había estado trabajando en una cura para una dolencia desconocida. Las familias más pobres del reino habían comenzado a enfermar y nadie sabía por qué. Recordaba haber leído sobre aquellos sucesos en las entradas del diario que Adaír había escrito antes de morir.

«Antes de que lo asesinasen» —me recordó la voz de mi mente.

Un escalofrío me recorrió la espina dorsal y mi cuerpo vibró incómodo. Killian necesitaba conocer la existencia de aquellos escritos, por mucho que Alis se negase a admitirlo, pero la simple idea de encontrarme ante su presencia me obligó a acercarme a la ventana en busca de un poco de aire fresco.

Separé la cortina que me ocultaba del exterior y vi a Elísabet en el jardín. El abrigo blanco que vestía y su larga melena del mismo color destacaban sobre el intenso azul de la hierba. A su alrededor se reunían varios Ixes y agentes que se habían acercado para darle la enhorabuena, y una emoción oscura y peligrosa se abrió paso en mi interior. Deslicé los dedos en la pequeña bolsa de cuero que me colgaba del cinturón y cogí una lágrima de luna tan blanca como la corteza del árbol de la nieve. La lancé contra el suelo en un movimiento automático, y tras volver a correr la cortina, atravesé el portal de humo que se formó ante mí.

La perdición de la tormenta (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora