32. Las leyendas germinan en la verdad

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Recorrí los pasillos de Slusonia a toda prisa, ya que me había retrasado al volver del Hrath

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Recorrí los pasillos de Slusonia a toda prisa, ya que me había retrasado al volver del Hrath. Marco y yo invertimos parte del anochecer en investigar los damnares, pero por desgracia, todos los senderos que seguíamos nos llevaban al mismo punto: la muerte inminente de Max. Apreté los puños mientras subía el último tramo de las escaleras de la academia. Nuestros problemas se solucionarían con una rápida visita al magno, pero Los Trece seguían reunidos en su cónclave infinito y nadie podía acercarse a ellos. ¡Sátiros azules! ¿Tanto les costaba responder a una breve consulta?

—Buenos días.

Escuchar aquella forma de cortesía propia de la civilización antigua me sorprendió, pero lo que fue todavía más asombroso fue ver que provenía de la boca de una joven que se había colado en mi clase por voluntad propia. Sonreí y le devolví el saludo, y tuve que contener el asombro tras entrar en la estancia y descubrir que el número de alumnos había aumentado de nuevo.

—No te emociones —me dijo Trasno con los brazos cruzados y el rostro desabrido—. Todavía no tengo claro que podamos depositar nuestras esperanzas en ellos.

—¿Es que acaso tienes esperanza en algo? —susurré contra la pared.

—Pues también es verdad, maestrilla.

—¿Cómo ha ido vuestro tiempo de ocio? —les pregunté a mis alumnos.

Los rostros de los jóvenes se iluminaron y durante un instante creí en la posibilidad de que aquellas clases estuviesen mejorando sus vidas. Quizá Killian no estaba tan equivocado como yo pensaba.

La estancia se llenó de voces entusiastas que compartieron las aventuras vividas el previo atardecer. Los relatos iban desde analizar la composición de los cristales que nacían en la mina de hielo del reino hasta crear delicadas esculturas de agua sobre la inmensidad del océano, por no olvidar el estudio del lenguaje de los peces nube y la recolección de caracolas luminiscentes en la costa del clan. Me sorprendió ver que se habían dedicado a un abanico tan amplio de labores, y el brillo que se apoderó de los ojos de los muchachos me demostró que la experiencia no los había dejado indiferentes.

—¿Puedes volver a hacer lo de la playa? —me preguntó Saraiba—. Yo también quiero sentir la energía de las gemas.

—No depende de mí, sino de vosotros. Puedo ayudaros a canalizar la atención, pero solo funcionará si no habéis utilizado la magia durante un tiempo.

—¿Por qué? —me preguntó Zeri con interés.

—El poder de las gemas forma parte de vosotros, os recorre las venas con la misma facilidad que la sangre. La magia fluye por el planeta de la misma manera. Es como la canción que emiten los árboles de lluvia cuando sus gotas se convierten en lágrimas para llorar una muerte próxima.

—¿Eso ocurre de verdad? —preguntó Zephyr.

—Pensaba que era una leyenda —respondió Alis.

La perdición de la tormenta (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora