-Romance, fantasía, aventura-
Obligada a vivir al margen de la sociedad por no ser como el resto, la singular Moira Stone se verá forzada a salir de su escondite cuando un inaudito acontecimiento amenace con destruir su hogar. ¿Pero qué puede hacer...
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Los atardeceres que siguieron al ataque fueron tristes y extraños. Se celebró una ceremonia en la playa para honrar la vida de aquellos que habían perecido. Los neis depositaron llamas celestes en el mar para que las olas guiasen la energía de los fallecidos de vuelta a la gema Aquamarina, y los sollozos se convirtieron en un murmullo que perdió fuerza con las puestas de los soles.
Los sanadores se encargaron de curar a los heridos y aliviar el dolor que padecían, pero los grandes maestros necesitaron varios atardeceres para devolverle a la Fortaleza la majestuosidad perdida. Los jardines recuperaron su gloria y la grieta que separaba la tierra en dos desapareció, pero nada se podía hacer contra el horror y el miedo que germinaron en los corazones del reino.
La guardia del clan recorría las calles de la ciudad sin descanso y en el castillo se triplicaron las patrullas. Los Aylerix tenían tanto trabajo que no lograban eliminar el cansancio de sus rostros ni consumiendo cantidades ingentes de nögle, y el jefe del clan parecía haber muerto en vida. Los eruditos continuaban investigando lo ocurrido, ya que nadie quería aceptar que viviesen traidores entre nosotros, pero sus pesquisas seguían sin esclarecer la situación.
Aunque todos nos esforzábamos por mantener a Max a salvo, todavía se percibían los ríos violetas que le habían dejado los rayos de la nube destructora sobre la piel. Gracias a los cuidados de Marco, que lo visitaba a diario y se encargaba de continuar con la investigación sobre su damnare, el estado del soldado había mejorado notablemente.
Tras el ataque de Catnia, yo también me vi obligada a pasar varias posiciones de los astros en la sala de sanación. Mi salvador no había sido otro que Vayras, que negaba la presencia de la madre de Killian en el corredor. El Ixe declaró que lo único que había visto eran los cristales de los que me había protegido con el escudo de hielo, algo por lo que me tenía que mostrar agradecida.
Me descubrí una vez más en aquel pasillo. El recuerdo de las piedras que se separaban para dejar a la vista un pasadizo secreto me perseguía hasta en sueños. La gravedad de mis alucinaciones era evidente y ya no lograba diferenciarlas de la realidad, si es que había podido hacerlo alguna vez. Las voces que resonaban en mi pensamiento generaban un caos permanente y el vacío que me inundaba el pecho anulaba hasta la última de mis emociones.
Le pedí a Cruz que analizase la pared en busca de un hechizo que justificase lo que había visto, y cuando no encontró nada, le propuse a Musa que lo intentase. La esmeralda tampoco percibió nada fuera de lo normal y me vi obligada a recurrir a mi padre. La petición le resultó extraña y aumentó su preocupación sobre mi estado, pero no me hizo preguntas y se limitó cumplir mis deseos en un intento por desterrar el brillo desesperado de mi mirada.
—¿Otra vez aquí? —me preguntó Alis en cuanto entró en el pasillo. La joven se acercó y entrelazó nuestros brazos con afecto.