Capítulo 26

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Todo cambió desde la última vez que estuve aquí, el castillo parece más lúgubre, mis compañías no me tratan como solía hacerlo

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Todo cambió desde la última vez que estuve aquí, el castillo parece más lúgubre, mis compañías no me tratan como solía hacerlo.

Es impresionante, cómo las personas y las cosas cambian conforme a tus decisiones.

Lea actúa como si no me conociera, esto no me afecta, pero las miradas despectivas por parte de Sofía y Luna me desesperan, yo no les hice nada directamente, y aun así tienen mucho resentimiento para mí.

Me siento enjaulada, no puedo hacer nada por mí misma, ya no tengo ni apetito.

Y a pesar de todo, sigo pensando en ellos, aquellos que me enseñaron que no todo en la vida es negro, Dahey, Felipe y Pistache, por ellos sigo adelante, porque en un futuro volveré para continuar lo interminable.

Todas estas noches he llorado, en silencio, aún con el miedo de que aquel hombre de sonrisa perversa cruce el umbral.

Ya son cuatro días los cuales despierto, con estas ganas de terminar con todo.

Las comidas no me saben a nada, entonces prefiero desperdiciarlas en algo más productivo, lanzarlas con toda mi fuerza es una ayuda para sacar todo lo que siento.

Quiero salir, y explorar nuevas formas de escape, y una pierna herida no me lo impedirá.

Para caminar, agarré la maña de sostenerme de los muebles, y es el momento de poner a prueba mi fuerza de voluntad.

Rodeo mi cama, para poder salir de esta cárcel disfrazada de aposento.

Cuando estoy girando el pomo de la puerta, alguien más lo gira fuertemente, y como es de donde me sostengo, caigo ruidosamente.

Muchas veces me he caído, pero mientras más crezco, las caídas son más dolorosas.

— ¡No puede ser! —Habla el señor curandero, que viene todos los días a cambiar mi vendaje. —¿Está bien?

— Ajá —Respondo a secas, desde el suelo.

— ¡Por favor ayúdeme a levantar a la señorita! —Grita en el pasillo.

Inmediatamente llegan los súbditos del castillo para auxiliarme, y regresarme a la maldita cama.

El señor curandero, se sienta en la cama, a mis pies y empieza a verme de forma grosera.

— ¡No puede ser, si sigue así, nunca se curará! —Exclama graciosamente irritado— Parece una niña descerebrada, si me entero de que se vuelve a parar sin ayuda, haré que la amarren a la cama.

—¡Qué intenso! — Me burlo.

—¡Muy graciosa!, ahora présteme su pierna.

Saco de las cobijas, mi pierna y él, por mientras, saca todo de su maletín que carga.

Mientras cura mi pierna, empieza las preguntas de rutina — ¿Dolor de cabeza?

— No.

— ¿Adormecimiento de alguna extremidad?

Sed de PoderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora