Capítulo 34

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Capítulo XXXIV
«Escombros»


El golpe del arma al dispararse me sorprendió, jamás había usado una después de todo; notaba como un dolor punzante daba en mi muñeca y simplemente dejé que el retroceso tirase el arma de mi mano antes de romperme algo.

La bala viajó sin problemas, la sorpresa de Zachary no le permitió hacer algo al respecto. El proyectil golpeó el metal del extintor, antes de siquiera ver a más detalle aquel impacto, un estallido irrumpió el silencio de forma definitiva. Una nube densa blanca cubrió el sitio, pude notar como trozos de metal volaban por la habitación, afortunadamente ninguno se incrustó en mi; pude oír la ventana romperse en pedazo y Zachary gruñendo de rabia.

Era ahora o nunca, si fallaba no me quedaría oportunidad. Por un segundo pensaba que mis piernas no responderían, que caería al suelo como un idiota y el Malamar cortaría mi cabeza como si nada.

Y al salir de la silla ese terror parecía volverse real, mis rodillas se sentían débiles y casi me resbalaba con el charco de sangre. Pero no era el momento, apenas recuperé un poco de orden comencé a correr en dirección a la gran puerta. Tomé la perilla con una fuerza que parecía iba a romperme los dedos, giré la muñeca y con una embestida de mi hombro abrí la salida.

Todos los cuerpos parecían sostenerse en el aire, flotaba sin moverse mucho de sus sitios; seguían sin terminar de parecer vivos.

Seguí corriendo por los pasillos de aquel laberinto de oficinas, intenté apegarme al muro en dirección hacia la derecha y poder encontrar algún camino que me saque de ahí. La pared se abrió en un umbral que daba a un pasillo similar al cual cruzamos desde el elevador, suelo alfombrado de tonos rojizos y paredes blancas. Seguí caminando por ahí, aquel corredor daba a otras salidas similares, todas se abrían en bloques de oficinas o salas de reuniones.

Pronto en el pasillo me encontré con una puerta, diferente a las demás salidas abiertas que tenía el pasillo, a un lado tenía un cartel plástico con las palabras «Control de seguridad» inscritas. Al tomar la manilla y girar, esta no opuso ninguna resistencia. Al entrar me encontré con una sala de descanso, casilleros con armas y un grupo de computadores; en las pantallas se veían el estado de los diferentes centinelas y guardias, diferentes palabras indicaban sus destinos y estados.

Reuniclus activos, iban desde el número uno hasta el treintaidós, cada uno tenia como dirección el jardín central. Luego los guardias están anotados por sus nombres reales, solamente podía reconocer el de aquel Incineroar; Brandon, él se movía en dirección de este piso, administración.

Pero había uno en especifico que me sorprendió, mis manos temblaban contra mis caderas, lugar donde descansaban, y mis ojos leían una y otra vez su destino. Debía salir rápidamente y encontrar un escondite.

«Salvatore /Estado: activo/ [Elijah]»

El ambiente del edificio parecía igual a cualquier día, pero dentro era donde estaban ocurriendo los extraños movimientos. En el aire se podía respirar, cualquier persona externa se daría cuenta al instante; el dolor y la desesperación brotan de las propias paredes.

Los prisioneros parecían ignorar todo el avance del plan de su pequeño grupo de compañeros, comían como si nada su cena y los guardias presentes los vigilaban. Los centinelas irrumpieron con su habitual naturaleza, los Pokémon psíquicos se presentaban con su constante individualidad nula. Todos ellos se movieron en un desfile deprimente en dirección al jardín central, nadie parecía motivado a dar el siguiente paso, pero seguían la corriente por inercia. Todo era confuso, la reunión ya había sido, no tenía sentido que estuviese toda la prisión junta. Y los centinelas daban el mensaje al unísono, casi parecían reproducir sus voces dentro de todas las cabezas ahí presentes.

El Panóptico: Escombros. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora