Capítulo 33

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Capítulo XXXIII
«Silencio entre sombras»


El sonido del elevador moviéndose llenaba nuestro silencio, una presencia que susurraba dulcemente contra nuestras orejas. Íbamos subiendo lentamente hacia el destino y posiblemente punto culmine del plan, si todo salía bien, estaríamos dentro de poco libres.

Ninguno hablaba, no había palabras que decirse mientras todos nos notábamos expectantes a la hora de llegar; este momento requería toda nuestra concentración. Es posible que tan solo nos queden menos de diez minutos para movernos, estábamos fuera del rango de detección de los Reuniclus; pero ellos se podrían mover más rápido para llegar donde nosotros. Solamente debíamos desear por lo mejor, la verdad es que en aquel momento no nos quedaba más por hacer.

El mismo sonido de antes anunciaba la llegada del elevador, las puertas se abrieron con una lentitud tortuosa, y delante nuestra se extendía un pasillo ya familiar a estas alturas. La alfombra de tonalidades rojizas, la pared blanca con varios cuadros en su extensión y, al final, se podía ver el inicio del bloque de oficinas. Pero había algo extraño, el silencio. El habitual murmullo de los humanos que solía torturar mis orejas, aquel sonido malicioso ya no estaba. Las supuestas maquinaciones y burlas estaban ausentes.

—Esto está muy silencioso.

Los demás me miraron sin terminar de entender, John fue quién expresó aquella duda.

—¿A qué te refieres? —todos miraban hacia el final del pasillo.

Pero nadie parecía darse cuenta de lo mismo que yo percibía, la incomodidad de aquel elemento ausente hacia mi cuerpo temblar. Mi mirada se perdía, notaba como mi vista se desenfocaba y mis ojos se abrían de par en par. Algo andaba muy mal.

—Ellos nunca dejan de hablar, siempre están susurrando cosas; jamás terminan —incluso mi voz se quebraba—. Es como si no hubiese humanos en este piso.

Fui el primero en avanzar fuera del elevador, caminaba a paso firme, pero mis pisadas eran amortiguadas por el suelo alfombrado. Cada vez esos cubículos blancos se acercaban más y más, pero no había ningún rastro de humanos. Notaba a los demás seguirme, parecían decirme cosas, pero no les ponía atención. Cuando me encontré dentro de la amplitud de la zona de trabajo, pude ver los cuerpos de decenas de humanos en vestimenta formal puestos en las paredes.

Corbatas, trajes, accesorios e incluso material de oficina, todo ello decoraba con rojo los muros blancos. Estaban vivos, o al menos eso parecía; no presentaban ninguna herida superficial.

Su presencia levitaba en constante contacto contra las paredes, ninguno decía o murmuraba nada. Era un ambiente irreal que parecía estar sacado de una pesadilla. Administración estaba lleno de humanos, pero en aquel momento no se veía que ninguno pudiese funcionar con libertad; una fuerza los retenía en las paredes, casi parecían muñecos vacíos, pero sus respiraciones indicaban lo contrario.

No sé si lo que escuchaba era mi propio corazón, o eran los latidos de todos esos humanos.

—¿Qué mierda pasó aquí? —mi pregunta salió casi como un suspiro.

Los demás se pararon a mí lado, cada uno observando aquel escenario y sin saber muy bien cómo continuar. No podíamos detenernos, teníamos que ir donde la directora; sigo sin entender que sucede, pero debíamos avanzar. Mis compañeros iban detrás de mí, me sentía obligado a comprobar aquel lugar; casi sentía mi visión incapaz de concentrarse en otra cosa que no fuese la gran oficina de la directora. La gran puerta de madera seguía en el mismo lugar, los habituales guardias estaban esperando en el techo, sus miradas perdidas y con la respiración casi imperceptible.

El Panóptico: Escombros. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora