Capítulo 36

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Capítulo XXXVI
«Sangre oculta»


La mañana se sentía pesada sobre el Malamar, permanecía sentado en aquella gran oficina y se frotaba las sienes a causa del estrés actual; Elijah seguía desaparecido y tenía dos guardias menos. No había dormido aquella noche, algo raro en él, pasó todas esas horas en un conflicto interno, demasiadas cosas que pensaba había estado haciendo bien, pero que ahora le estaban fallando encima. Sabía bien que había condicionado al Hypno, estaba formado para volverse dependiente ante las más mínimas señales de afecto; ¿por qué el suyo no había funcionado?

Elijah le había engañado incluso, mentiras que se habían visto tan reales. Ya dudaba de lo que había creado; error suyo, lo sabía, pero ya era tarde. Al menos sabía que errores cometió, podría intentarlo de nuevo, sólo por capricho; ya los demás prisioneros habían estado siendo condicionados, pero el come-sueños era una aguja pinchando su orgullo. O por lo menos eso se obligaba a creer Zachary, por dentro dolía verlo así, sus sentimientos eran verdaderos; quizás no sabía cómo expresarlos o incluso podían estar equivocados, pero estaba seguro de que era amor.

Si conseguía volver la vida de Elijah un infierno, en el momento que estuviese a su lado daría vuelta todo, haría que estar a su lado fuese el cielo; volverlo dependiente, querer estar junto al tipo siniestro ya que le había dado las mejores cosas en su vida. Pero no podría hacerlo, no desde que aquel Pokémon lo descubrió. Había subestimado a Elijah, se había asegurado de borrar su existencia de la prisión, incluso estaba seguro que con la conversación entre Marie y el Hypno no habían suficientes pistas para descubrirlo. Solo una parte de su nombre y origen, claro, sabía la fama que tenía su especie, pero estaba seguro de ni siquiera mostrarse dentro del sitio; no como Zachary, pero si usando otra identidad.

Se levantó del asiento, la silla giraba sola con su sorpresivo movimiento. El calamar avanzaba hacia la gran ventana detrás de su escritorio, no había nada a varios kilómetros, un simple camino de concreto se alejaba en el horizonte.

Suspiró cansado antes de dejar salir las cosas que pasaban por su cabeza.

—La cagué —dijo para sí mismo, sin dejar de mirar aquella mañana—; no me quedan más opción que arrancar este problema de raíz.

Un sorpresivo crujido en el techo le hizo mirar hacia arriba, nada parecía fuera de lugar, simplemente esperaba que los Pokémon rata del sótano no hubiesen subido hasta ese piso.

El Malamar dio media vuelta y se sentó a revisar como andaba el resto de la prisión. Cerró los ojos mientras apoyaba los brazos contra el escritorio. Podía jurar ver delante suyo la mirada de cada uno de los Reuniclus, algunos por el edificio y otros en el jardín central. La prisión permanecía en completo silencio, unos cuantos llantos callados y discusiones en voz baja aparecían de la nada. Todos se veían fuertemente trastornados, casi en un estado de shock constante, las visiones no se debían detener, las cicatrices debían de durar por mucho tiempo.

Era casi como un movimiento involuntario, un reflejo; cada que pensaba en el Hypno podía notar como los prisioneros se encogían, debían de seguir viviendo en carne propia aquel sufrimiento. Agradecía poder activar los nervios con la ayuda de los centinelas, no era un sentimiento creado por la mente, el dolor de las torturas de verdad se les era provocado.

Hubo uno de los Pokémon de seguridad que le llamó la atención, principalmente porque hacía poco que lo había llamado a su oficina. Iba acompañado de una pieza importante en la operación. La puerta de su oficina se abrió y pudo verse a sí mismo a través del Reuniclus, abrió los ojos para poder recibir a sus visitas.

—Buenos días, John. —saludó al prisionero.

—Buenos días, señor director. —respondió el Machoke con una leve reverencia.

El Panóptico: Escombros. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora