Prófugos

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El verano fue muy complicado para la familia Snape ya que, tras la fuga de dos mortífagos de Azkaban, fueron los primeros en ser interrogados. Euphemia, como siempre que hablaba con alguien del ministerio, se mostraba arrogante, gritando una y otra vez que su madre era inocente a pesar de que nadie parecía creerle; Severus, por su parte, negaba haber visto a su pareja e incluso había confesado estar saliendo con una nueva mujer. Cornelius Fudge, el actual ministro de magia, no podía creer las palabras del pelinegro ya que, a pesar de no conocerlo bien, sabía lo enamorado que ambos habían estado.

- Disculpe mi incredulidad, profesor. Pero ¿Usted piensa que realmente creeremos que está saliendo con alguien más? Esa mujer ha sido su obsesión por mucho tiempo, hasta hace algunos años usted seguía intentando convencernos de su inocencia. ¿Qué fue lo que cambió?

- Usted ha conocido a mi hija, ministro. Ella, al igual que yo, se aferró demasiado a la imagen de su madre, eso no es bueno ni sano para su crecimiento. Por supuesto, no fue fácil olvidar a Jessica, pero si dejé de insistir en liberarla fue porque alguien más me convenció de que no valía la pena. Euphemia merece una mujer ejemplar a su lado, una madre presente que le enseñe como comportarse ante el mundo, eso nunca lo podría haber encontrado en Jessica.

- En ese caso, le deseo suerte, y tengan mucho cuidado. Una mujer despechada nunca es buena, mucho menos si es una mortifaga.

- Lo tendré en cuenta.

Los aurores se fueron detrás del ministro después de eso, saludando amablemente a los visitantes que llegaban a La Hilandera, sin siquiera imaginar que tenían frente a ellos a las personas que buscaban. Una vez dentro de la casa, ambos magos tomaron asiento junto a la pequeña castaña, quien se veía emocionada de verlos.

- ¿Tuvieron problemas?

- No demasiados, aunque ya sabes quien sigue molesto por el ya sabes que.

- ¿Después de tantos años? Deberás entender, Sirius, los Dursley criaron a Harry y lo protegieron cuando no tenía a nadie más, no puedes solo ir y quitárselos.

El animago demostró su molestia con una seña obscena que, de no ser porque Euphemia no estaba en la sala, lo habría echo llevarse un buen regaño por parte de los Snape. Con un suspiro se dio por vencido, sabía que no podía volver a ver a su ahijado hasta que no comenzaran las clases, lo que lo deprimía de cierta forma, pero comprendía que sería sospechoso si de pronto se apareciera en Privet Drive exigiendo ver a Harry Potter. La hora de la cena llegó al fin y, con ella, el tiempo límite de la poción multijugos; por lo que ambos magos afectados se vieron libres de tomar sus formas originales para pasear por la casa.

- Severus ¿Le has estado leyendo libros de pociones a nuestra hija para dormir?

- Por supuesto ¿Crees que iba a llenar su cabeza con historias de princesas y finales felices? Si voy a leerle algo me aseguraré de que le sea útil.

- ¿Y no se ha dormido en tus clases?

- No es nada que una taza de café no solucione.

- ¿¡Le has dado café a nuestra niña!?

Las discusiones de paternidad se habían vuelto algo recurrente en la casa de La Hilandera, siendo Sirius quien más las disfrutaba ya que, al seguir enamorado de la castaña mayor, tenía la esperanza de que ella dejaría a su pareja por él si demostraba ser un mejor padre para su hija.

- A los niños se les da leche con chocolate y se les enseña a creer en la magia, Severus.

- Cállate, Sirius.

- Cállate tú, Remus. Un momento ¡Remus!

Lupin había entrado a la casa justo a tiempo para evitar que su mejor amigo provocara que lo sacaran a patadas del lugar. Severus agradeció con un leve asentimiento al hombre lobo mientras bajaba al sótano de la casa para buscar su dotación de poción matalobos sin darse cuenta que, detrás del castaño, entraba una aurora. Euphemia, atenta a todo, sacó su varita mientras se acercaba a la chica, poniéndose entre ella y los prófugos de Azkaban provocando que a Remus se le erizara la piel de los nervios.

El cuervo y la serpiente - Severus SnapeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora