también había trazado lentamente su plan de evasión. El obispo le había asegurado que sería
liberado en verano. Y el verano estaba allí...
Por la mirilla de la puerta, el carcelero lanzaba de vez en cuando una ojeada desprovista de
toda sospecha, por simple costumbre profesional.
El prisionero, con una escudilla de madera bajo la barbilla -¿volvería a usar algún día la
bacía de fina plata labrada de otro tiempo?-, escuchaba las frases hechas que el barbero
pronunciaba en voz alta para no despertar sospechas. El sol, el verano, el calor... Era cosa digna de
observar que siempre hacía buen tiempo el día de la festividad de San Pedro...
Inclinándose sobre la navaja Ogle le susurró:
-Be ready tonight, my Lord*.
Esté preparado para esta noche.
Roger Mortimer no se estremeció. Sus ojos de color de pedernal bajo las cejas bien
pobladas, se volvieron hacia los pequeños ojos negros del barbero, quien confirmó sus palabras con
un movimiento de párpados.
-¿Alspaye...? -murmuro Mortimer.
-He'll go with us ** -respondió el barbero mientras pasaba al otro lado de la cara de
Mortimer.
Vendrá con nosotros.
-The Bishop...? * -preguntó el prisionero.
¿Y el obispo ... ?
-He'll be waitíng for you outside, after dark** -dijo el barbero, y reanudó en seguida en voz
alta la conversación sobre el sol, la parada que se preparaba, los juegos que se celebrarían por la
tarde...
Nos esperará fuera, después de anochecido.
Terminado el afeitado, Roger Mortimer se enjuagó la cara con un paño sin sentir siquiera su
contacto.
Cuando salió el barbero Ogle en compañía del guardián, el prisionero se apretó el pecho con
las dos manos y aspiró una gran bocanada de aire. Se contuvo para no gritar: «Estad preparado para
esta noche.» Estas palabras le bailaban en la cabeza. ¿ Habría llegado por fin el momento?
Se acercó a la tarima sobre la que dormitaba su compañero de calabozo.
-Esta noche, tío mío -susurró.
El viejo Lord de Chirk se dio vuelta entre gemidos, elevó hacia su sobrino sus pupilas
descoloridas que tenían un brillo glauco en la sombra de la celda, y respondió cansadamente:
-Nadie se evade de la Torre de Londres, pequeño mío. Nadie... Ni esta noche, ni nunca.
El joven Mortimer se irritó. ¿Por que aquella obstinada negativa, aquel rehusar el riesgo, un
hombre al que, en el peor de los casos, le quedaba tan poca vida que perder? No quiso responder
para evitar encolerizarse. Aunque hablaban en francés, como toda la corte y la nobleza, mientras
que los servidores, soldados y pueblo hablaban en inglés, temían siempre que los entendieran.
Volvió junto al tragaluz y miró de abajo arriba la parada, con la agradable sensación de que
quizás asistiera a ella por última vez.
Al nivel de sus ojos pasaban y repasaban las polainas de la tropa, y los gruesos zapatos de
cuero que golpeaban el pavimento. Roger Mortimer admiró las precisas evoluciones de los
arqueros, de aquellos admirables arqueros ingleses, los mejores de Europa, que lanzaban hasta doce
flechas por minuto.
En medio del Green, el teniente Alspaye, rígido como una estaca, daba las órdenes en voz
alta y presentaba la guardia al condestable. Era difícil comprender como aquel hombre joven, rubio
y de tez rosada, tan atento a su deber, tan visiblemente animado del deseo de hacer bien las cosas,
había aceptado la traición. Debía de tener otros motivos, aparte del incentivo del dinero. Gerardo de
Alspaye, teniente de la Torre de Londres, deseaba, al igual que muchos oficiales, sherifs, obispos y
ESTÁS LEYENDO
los reyes malditos la loba de fracia
أدب تاريخيesta el la 5 parte de la saga los reyes malditos todos los derechos son de el autor maurice duron