25. ¿Te cogiste a Gabriel?

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La lluvia cae con ímpetu sobre mi cabeza como balas de alto calibre que arruinan mi pelo y estropean la tela del uniforme. Oh, no. Carolina va a matarme. Me abrazo a mí misma y caminando titiritando de frío. Estoy empapada. Se me congelan los huesos.

Me detengo en un lugar con sombra segura para sacar mi celular del bolsillo seguro de mi mochila y leer los últimos mensajes de Raúl.

¡¿Meli, en dónde estás?!

¿Gabriel está contigo?

¿Qué estás haciendo?

¡¡¡ES MUY TARDE!!!

Esos sólo son algunos de los mensajes que Raúl me ha enviado en la última media hora. Intento teclear una respuesta, pero mis dedos entumecidos no me ayudan a formular una oración. Maldigo. Guardo mi celular y sigo caminando. Estoy cerca del departamento. Por lo menos, Nick tuvo la falsa amabilidad de dejarme cerca de una estación de metro antes de pelearnos.

Lo gracioso de todo esto es... que esta amarga experiencia me sirvió para dejarme bien en claro que Nick Bonnet es sólo una persona cruel, agria y horrible, alguien a quien no le preocupa los sentimientos de las personas a su alrededor.

Finalmente llego a la puerta del edificio. Sonrío; me alegro. Doy con el elevador, pero éste tiene un letrero pegado en las puertas de metal que dice: Fuera de servicio.

«Lo que faltaba.»

Me están matando los pies, y... ¿esperan que suba ocho pisos? ¡Caramba! Suelto tremendo berrinche infantil y, de mala gana, subo escalón tras escalón.

Abro la puerta. Me asombra y, también me disgusta, no encontrarme a nadie cuando cruzo el umbral. Cierro. Hay una nota en el refrigerador que pone lo esencial. Después caliento el pastel de carne.

Saco mis útiles de la mochila y los dejo secarse. Me quito el uniforme y lo pongo en la secadora. Me doy un baño. Me paso el rastrillo dos veces por mis piernas y axilas. Seco mi pelo con la toalla. Unto mi cuerpo de crema. Me visto con un sencillo top negro y calzones del mismo color. Termino de arreglarme y me tumbo en la cama. Le envío un mensaje a Raúl para que sepa que estoy en casa.

No responde.

En medio de mi lectura diaria, y a buena hora, escucho a Sarah y a Carolina entrar. Cierran de un portazo. Caminan como preadolescentes, riéndose y susurrando cositas inaudibles entre ellas mientras llegan a su recámara. Segundos después, escucho que la cama se mueve de un modo inusual. Sueltan un montón de obscenidades, jadeos y gemidos... Casi gritos.

«Iugh.»

Me pongo los audífonos de diadema, la música al tope y continúo con mi lectura.

Me quedo dormida.

Me despiertan los aporreos a mi puerta. Reacciono. Limpio mis babas de la comisura de mi boca utilizando mi almohada. Vuelven a aporrear la puerta. Me quito los audífonos de diadema y me dirijo adonde el ruido demanda una orden de restricción.

Abro sin miedo. Me encuentro a un Raúl muy ebrio apoyando su mano en el marco del umbral.

—¡Hola! —Me saluda con demasiado entusiasmo.

Lo miro con recelo.

—Hola.

Tiene los ojos inyectados en sangre, la piel sudada, el pelo alborotado, y el aliento le apesta a alcohol.

—¿Pueedooooo pasar?

—No, no puedes pasar.

Intento cerrar la puerta en sus narices, pero él pone mano firme en la madera, resistiéndose a mi rechazo.

—¿Por qué no puedo pasar? —me pregunta con una sonrisa tonta bailando en su cara.

—Porque estás ebrio. —Mi segundo intento de cerrar la puerta, es en vano.

—No seas mala, Herme.

Carajo, tiene mucha fuerza. Éste no puede ser Raúl. Aunque, si mi memoria no me falla, también mostró la misma rudeza en sus brazos cuando trató de tirar a Nick del puente.

—Te envié un montón de mensajes, pero no respondiste a ninguno —dice, apuntándome con su dedo acusador—. ¿Estabas con Gabriel? ¿Viste a Nick? ¿Hablaste con Lucía?

—¿Qué?

¿De dónde viene su interés por esa familia? ¿Cuáles son sus verdaderas intenciones? ¿Por qué me pregunta tanto por ellos? De haber sabido que se comportaría así, no le habría dicho que iría a casa de Gabriel.

Una sonrisa retorcida aparece en sus labios, cuando su misma cabeza parece dar con la respuesta a sus múltiples preguntas. Suda mucho y apesta como un gordo albañil. Asiente varias veces con la cabeza y me mira con mala intención. Un escalofrío recorre mi cuerpo en señal de alarma, pero no puedo mover un músculo.

—¿Te cogiste a Gabriel?

—¿Cómo dices? —Estoy a nada de soltarle un puñetazo, pero me recuerdo que este chico sólo está bajo los efectos del alcohol y quien terminaría perdiendo sería yo. Soy una huésped, no debo olvidarlo. Trato de ser indulgente con él—. Raúl, estás borracho. Y no pienso responder a ninguna de tus preguntas.

—Te crees muy puritana, ¿verdad?

—Buenas noches —respondo con madurez a su grosería.

Mi tercer intento de cerrar la puerta es un éxito. Presiono el botón del seguro, y dejo escapar un enorme suspiro. No tenía miedo, pero... admito que ese sudor, el color de sus ojos, y combinado con ese potente alcohol... Bueno, eso sí me asustó.

Es mejor que Raúl duerma. Mañana será un nuevo día. Espero que esté sobrio para entonces. No quisiera que Sarah o Carolina lo descubrieran así, en ese estado que no es propio de él. ¿Por qué bebió de ese modo? ¿Condujo así de ebrio? ¡Qué irresponsable!

Vuelvo a la cama. Me cubro con las sábanas hasta la cabeza. Y a pesar de lo que pasó, de que mis preocupaciones deberían ser otras y que no pinto nada en su vida, me doy cuenta de que... en la última persona en quien pienso antes de caer rendida, es en Nick.

Así Son Las Cosas [Así somos #1] ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora