61. Me arrepentí cinco segundos después, lo juro

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Mi primera impresión es lanzarme directo a sus brazos y dejar todo esto atrás..., de nuevo. Aunque me recuerdo a mí misma que tengo que tener algo de dignidad y no quiero que piense que cada vez que me trate mal, venga y se disculpe como si nada.

     Tomo una decisión.

–      ¿Qué haces aquí? –le pregunto en un tono serio.

–      Olvidaste tu mochila –dice. Trata de imitar mi tono, pero no le sale del todo bien como a mí.

–      Gracias.

     A continuación levanto mi mochila como si fuera lo más trivial y lo ignoro al pasar por su lado. Me apresuro a sacar la llave del bolsillo delantero y meterla por la cerradura.

–      Perdón –dice una vez que intento abrir la puerta.

–      ¿Por qué?

–      Por gritarte y desquitarme contigo... Lo siento.

     Lo tengo a mis espaldas. Qué bueno que no le veo la cara, eso me ablandaría; pero aun así me siento con un dolor que no cabe en mi interior.

     Sus manos pasan a rodearme la cintura en un intento de que le preste atención. Me besa la nuca un par de veces hasta que me tiene con las lágrimas en las mejillas; intento resistirme, pero no puedo.

     Me volteo y veo que sus ojos grises tienen la misma expresión que los míos. Ha estado llorando, lo puedo ver claramente.

–      Miel, perdóname... por favor, perdóname. 

     No quiero decirle nada, no creo que quiera seguir con el mismo tema acerca de lo que hizo y de lo que me prometió. Pero no puedo aceptar que me haga sentir como una bruja y que él venga arrepentido cada vez que se le plazca.

–      Perdóname por favor –vuelve a suplicarme–. Ya perdóname Miel, por favor.

     Medio me suplica y me ordena. Me cabrea esto, me tiene atrapada con sus largos brazos y no puedo ser capaz de decir nada.

–      No te quiero cuando te pones a la defensiva –logro decir–. Una vez me prometiste no volver a hacerlo..., no volver a hablarme así.

–      Lo sé... Me arrepentí cinco segundos después, lo juro.

–      Me has jurado muchas cosas –le recuerdo.

–      Lo sé, Miel. Perdóname por todo, incluso cuando te dije...

–      Que soy patética y que todo lo que hago no parece servir de nada.

     Sé lo que me quizo dar a entender con sus indirectas.

–      No era mi intención decirlo, lo siento mucho. A veces me apresuro a decir lo primero que se me viene a la cabeza, pero no lo dije en serio.

     Esto me enerva.

–      No sé si creer eso. 

     Odio llorar en una situación estresante, lo hice la primera vez que mis hermanos me abandonaron y también la vez en que mi padre me golpeó por primera vez. Jamás sé qué decir cuando los problemas azotan a mi puerta.

–      Sabes que odio cuando me gritas y, cuando me apartas.

–      Lo sé.

–      No quiero seguir así, no puedo estar así, y no quiero que tengamos discusiones por temas que ni nosotros podamos entender.

–      Lo sé.

–      ¿Me prometes que hablarás con tu padre... sobre lo que está pasando entre nosotros?

–      Lo haré, de veras que sí. Le contaré mañana si quieres.

–      Sí quiero.

     Ya va siendo hora de que lo vayamos contando.

–      ¿Me perdonas? –pregunta con un hilo de voz.

     No quiero perdonarlo todavía. Estoy enfadada, aunque en realidad, sólo fue él mismo cuando me contestó de esa manera, creo que es algo en lo que deberíamos trabajar, no me quiero dar por vencida con Nick. En verdad lo quiero y quiero hacer que funcione.

     Asiento, soy incapaz de articular palabra.

–      ¿Aún somos novios? –pregunta con terror.

     Sólo para fastidiarlo, quiero decirle que no, pero no estoy para bromas en este momento y no quiero que se sienta peor de lo que ya está; enfadarlo a propósito no servirá de nada.

     Asiento.

     Nick respira aliviado y yo hago lo mismo. Me abraza hasta que nuestros pechos quedan por completo unidos. Trago el nudo que tengo en la garganta y me apresuro a secar mis lágrimas, pero él termina por hacerlo en cuanto se da cuenta de mi desesperación. Le paso la almohadilla del pulgar por debajo de su ojo, mi mano queda en su mejilla por una eternidad hasta que su sonrisa se va abriendo paso al mor. La mirada que tiene me hace sentir las dichosas mariposas en el estómago. Nick me besa la palma de mi mano y hace lo mismo con mis muñecas. Me toma de las mejillas y me besa en todas partes. Mi sonrisa se multiplica al sentir sus besos en mis párpados cerrados. Mi espalda se reclina en la puerta, él me toca los senos, mientras lo abrazo y le beso el lunar que tiene en el cuello, se le tensa la vena que conecta con los tres lunares que le siguen en su pecho. Me besa con efusividad y cuela las manos por debajo de mi falda y me toca los glúteos, mientras mi boca cubre la suya se me eriza la piel. Gimo al sentir su dedo presionando contra mi ropa interior y él repite el movimiento más veces de lo que mis piernas pueden soportar. Me toma de las piernas y las enrosca en su torso, como suele hacer cada vez que me quiere llevar a la cama, y abre la puerta a trompicones con la llave en la cerradura.

–      Espera... Espera –le pido con la respiración agitada.

     En medio de nuestro ataque, me paro a pensar en si hay alguien adentro, o peor aún, que Raúl esté sentado en la sala y nos vea entrar así: yo con los labios en su cuello y él con las manos en mi trasero y llevándome a mi recamara.

     Por suerte para ambos, no hay nadie cuando entramos.

Así Son Las Cosas [Así somos #1] ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora