68. ¡¿Papá?!

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El hombre que me aventó a la piscina sabiendo muy bien que no sabía nadar está delante de mí. El hombre que se cortó el cuello con un cuchillo de carnicero está delante de mí. El hombre que golpeó a mi madre por años está delante de mí. El hombre que me hirió y lastimó por años está delante de mí. El hombre que me acompañó al velorio de mi mejor amiga está delante de mí. El hombre que jure odiar hasta la muerte está delante de mí. El hombre que me golpeó por última vez a modo de despedida y me gritó que era una deshonra para la familia está delante de mí.

     Mi padre tiene su cicatriz en el cuello como la recuerdo. Su pelo corto y negro me recuerda al de mis hermanos; se está quedando calvo, aunque parece un poco menos alto de lo que yo recuerdo. Su enorme verruga en su cara me da asco, siempre me ha dado asco. Las verrugas son los archirrivales de los lunares.

–      ¿Hermenegilda? –pregunta con una sonrisa–. ¿Eres tu bebe?

–      Papá. –Aunque en realidad lo que quiero decir es: ¿Qué carajos, Dios? La respuesta saldría a pregunta, y la pregunta saldría a gritos desde mi voz.

–      Mira nada más lo distinta que estás, bebe.

–      Hola, papá. –Siempre he detestado que me diga así.

–      ¿Quién es él? –pregunta al ver a Nick. Su ceja poblada y poco agraciada se encarna en su dirección.

–      Él es mi... –me invade el pánico–. Él es mi..., mi..., él es mi Nick. Él es... Es Nick –consigo decir. Mi padre me está poniendo de los nervios y eso que todavía no forma una pregunta sobre la universidad.

–      Soy el novio de Miel –le ofrece la mano y mi padre se la estrecha.

     Me extraña y me sorprende encontrar a Nick tan calmado y serio. A estás alturas, pensé que ya lo tendría en el suelo. Mi subconsciente me recuerda darle las gracias por portarse tan amable. Sin embargo, lo conozco y sé que se muere por matarlo, después de todo lo que me ha hecho y de todo lo que le he dicho a Nick, sé que quiere.

–      ¿<<Novio>>? –pregunta, pero no sé en qué tono–. No pensé que tuvieras novio.

–      Sí, bueno... Digamos que fue una sorpresa para mí también.

     Mi padre sonríe y se atreve a reírse, Nick y yo nos miramos en lo que termina el ataque repentino de risa y su mano me rodea la cintura. No lo aparto.

–      Sigues conservando tu sentido del humor, bebe.

–      Supongo... –No sé si fue un cumplido.

–      Te ves hermosa –dice, y después un poco más poético agrega–: las rosas rojas siempre te han gustado. Recuerdas que cuando eras niña solías ver La Bella y la Bestia.

–      Ajá.

–      Siempre bailando y cantando Fábula Ancestral. Qué bonita voz tenías a los siete, ¿sigues cantando?

–      A veces.

     He cantado, más para Nick que para ningún otro ser humano, pero sí he estado cantando. Nick dice que le gusta tenerme sólo para él.

–      Bueno –dice al darse unas palmadas en los muslos; ese gesto me lo ha pegado él–, ¿a dónde ibas a llevar a mi hija, Nico?

–      Es Nick –mi voz es autoritaria–, no Nico, ni Nicholas, papá. Prefiere que le digan Nick.

     La expresión de mi padre me deja empoderada, la de Nick me agradece, y espero no tener el ceño fruncido y los labios de una sola línea como suelo hacer cada vez que me enojo porque eso sería demasiado. Me molesta cuando le faltan el respeto a mi chico; Raúl ya lo ha hecho antes y siempre le lanzo una mirada asesina de advertencia... Sí, porque yo doy miradas de advertencia, y de manera amenazante doy golpes, no me ando con rodeos.

–      Perdón, Nick.

–      Descuide –al mirarme, su expresión muestra orgullo, orgullo dirigido a mí–, iba a llevar a Miel al parque.

–      Ya veo..., tienen planes.

–      Sí, así es –contesta por los dos. Su tono es pasivo agresivo.

–      Lo siento, bebe. Debí avisarte que iba a venir, pero el doctor me prohibió el celular en la clínica y tu madre dijo que te gustaría una sorpresa.

–      ¿Qué?

     Le dije a mi madre que ni un millón de años lo quería ver y mucho menos aquí; pero ahora está aquí, conmigo, con mi novio y con una maleta en el piso. En ningún momento le he dado acceso a que entre y me alegra que haya captado la indirecta.

–      Fue mala idea haber venido.

–      Espera... –le digo antes de que tome su maleta.

     Miro a mi padre una vez más, y me doy cuenta de que aunque ya no siento nada por este tipo que una vez considere el mejor papá del mundo, me percato de su soledad y de su mejora en este último mes.

–      Pa...

     Quizás pueda intentarlo con él, una vez más; tratar de perdonarlo, una vez más; fingir que sólo está enfermo, una vez más. Jamás he creído en las segundas oportunidades. No digo que todos merezcan arder en las llamas del infierno por sus horribles errores; pero yo no conozco el perdón, al menos sé de él cuando Nick y yo nos peleamos, porque a él siempre lo perdono. Como dijo el Señor Darcy: "Quizás se me pueda acusar de rencoroso. Cuando pierdo la buena opinión que tengo respecto a alguien, es para siempre".

–      Pa, ¿quieres venir con nosotros? Bueno, conmigo. Bueno, no sé, podríamos ir a comer a alguna parte.

–      Sí quiero –su sonrisa se intensifica y por puro reflejo también sonrío.

–      ¿Quieres poner tu maleta adentro? Tenemos un cuarto para huéspedes.

     Carolina va a dar el grito en el cielo, pero es mi padre al fin y al cabo; muy en el fondo no lo quiero en la misma habitación que yo, pero ni modos, no puedo hacer nada para correrlo y tampoco puedo hacer nada para irme.

–      Gracias, Hermenegilda –dice al pasar por mi lado y por el de Nick.

     Veo que se va adentrando en mi vida a medida que recorre el departamento. Lo veo admirar el espacio y el buen gusto del lugar y recorrer el pasillo hasta entrar en una habitación con una cama sin sabanas y con una mesita de noche, con una lampara encima y un armario vacío.

     Mi antebrazo es jalado con cuidado hacia el pecho de Nick. Me pone la mano en la cintura y la otra muy cerca de mi cuello.

–      Miel, ¿estás segura de lo que estás haciendo?

–      No lo sé.

–      No apeles a su lástima si no quieres.

–      Lo sé. Pero me da mucha pena que haya venido hasta aquí de sorpresa con la intención de pasar tiempo conmigo.

–      ¿Qué quieres hacer?

–      Salir, creo –me encojo de hombros en pensar pasar el rato con mi padre.

–      Voy contigo.

–      Pero...

–      Ni de broma te voy a dejar con él, Miel.

–      Gracias –suspiro de alivio al saber que tengo un punto de apoyo.

     Sé que está molesto, desconfiado, más que molesto, sé que se muere por romperle la cara a mi padre. Lo conozco y sé que nunca lo haría, pero aun así me gusta pensar que lo golpearía por mí. Es mi caballero después de todo.

–      Bueno, ¿en dónde se puede conseguir una hamburguesa por aquí? –pregunta al momento en que sale de la recamara con una camisa sencilla al estilo leñador y con unos vaqueros que revelan su barriga.

     Algo en mí me dice que todo va a acabar mal.

Así Son Las Cosas [Así somos #1] ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora