Capítulo 4: Cabello de noche, ojos de luna.

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—Vengan! El poeta llega a contarles historias increíbles

Era mucho más alto que la mayoría de adolescentes en la comunidad, iba vestido con ropas viejas y grises lo que contrastaba con su actitud alegre, su piel era color canela, tal como la de Zita, era delgado y su cabello negor azulado como el cielo nocturno, como una noche sin estrellas ni luna, le llegaba a la cintura, estaba suelto ,un poco sucio, desordenado y enredado. Poseía unos bellísimos ojos almendrados gris claro, como lunas; con una mirada semejante a la de una virginal doncella. Todos estaban hipnotizados con esa aparición que no notaron cuando empezó a caer una ligera brisa sobre sus cabezas.

Cuándo se convirtió en una tormenta y se vieron forzados a correr Jaya estaba por brindarle cobijo al forastero pero la sacerdotisa principal le hizo la invitación a quedarse en la residencia de los novicios. El chico aceptó muy alegremente y tomó sus cosas con prontitud. A la niña le causó gracia las reacciones del cuentacuentos, parecía un avecilla que había encontrado refugio y si su nombre realmente era Kavi le quedaba bastante bien. Miró a su madre para compartirle sus pensamientos pero ella parecía preocupada, parecía que el chico le recordaba a alguien o tal vez simplemente quería hablar con él para saber de dónde venía y cuál era su tribu. Pero ninguna de las dos dijo nada más acerca del tema, se resignaron a regresar a casa, sabiendo que la otra muchacha aún no lo hacía.

—Ugh, maldición. La jodida lluvia nos retrasará

Farfulló uno de los cazadores, mientras los otros se reían de sus quejas de borracho. Azura seguía quieta y callada. Los traidores aún no habían sido entregados pero ya los tenía a todos identificados, dentro de unas horas los podría chantajear o matar. Necesitaban descansar, o eso se suponía. El muchacho parecía dormir plácidamente aún cuando estaba lloviendo a cántaros. Se detuvieron en un abrevadero para que los bueyes tomaran agua y pudieran descansar un poco. Ella despertó al chico con un golpe en el hombro y se bajaron de la carreta para estirar un poco las piernas. Se alejaron de sus compañeros lo suficiente y se quitaron las máscaras dejando al descubierto sus rostros.

El chico se mostró por fin, era realmente guapo con esas facciones comunes pero bien cuidadas que reflejaban su entrada a la adultez. Damian Alrue Escárzaga, dieciocho años, al cuidado de su abuela desde joven a pesar de no ser huérfano, alumno del único juez local y aprendiz de contador, además de ser un buen cazador conocido como " El asesino de bestias". Vivía en el mismo barrio que ella pero en dirección al sur, mantenía a su abuela y a sí mismo. Nada fuera de lo común.

Su único aliado en ese medio, se enseñaban y protegían el uno al otro sin esperar lealtad o cariño. Solo sabían que eran los más jóvenes y por lo tanto eran los más fuertes, en cualquier momento podrían subir a la cima y ahí se decidiría quien traicionaba a quien, pero hasta que llegase el momento seguirían siendo iguales.

—¿Él te vio con esa cicatriz?

—No lo menciones que por su maldita culpa tengo esta herida y otras dos en la jodida espalda. No lo soporto, desearía que él y su padre se murieran de una buena vez, ya suficiente tengo con que estemos emparentados

—¿Realmente es tu primo?

—No, es hijo de una prostituta y un militar, pero Alonse, en su desesperación, adoptó al niño como propio y le dio nuestro apellido 

—Alonse, es... ¿Comparte caso con ese debilucho? No se parece ni a tu padre ni a tus tíos, solo en los ojos verdes

—Es el medio hermano de todos ellos, tiene la misma edad que mi padre así que pasaron por algo similar

—En momentos como este solo te envidio por tu madre y tu hermana, además tu padre es un gran hombre

La lluvia seguía cayendo sobre ellos, si no se cobijaban seguramente se iban a resfriar, pero querían estar un poco más ahí. Sintiendo como el agua los purificaba de todos esos pecados que cada día cometían desde los ojos de los suyos. Había alguien que conocía su mundo, ese que estaba tan corrompido, tan podrido, pero aún así los aceptaba y los unía un poco. Seguramente en estos momentos estaba tocando la guitarra, pensando en una niña que era tan joven como él para conocer el amor, por unos segundos se miraron, deseaban la pronta llegada del invierno para contemplar el cielo, deseaban sentirse niños de nuevo. Sin embargo ese momento tenía que esperar, ahora estaban en tierra de nadie y debían cuidarse de todos.

La sombra de las aves. El fénixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora