Capítulo 29: Cómo los lazos tejidos

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—¡Eriot, Avecilla! Prepárense para escapar— La suave voz de la princesa resonó desde la carreta por todos lados, como un furioso grito de guerra.

Tonath, más preocupado por su amigo y sus monturas que por seguir peleando, dejó de ocuparse de las sombras intentando calmar al capitán que se retorcía de dolor en el suelo. Soltó su sable y corrió a lado de Adalid para intentar remediar aquello, tenía la apariencia de un mítico dragón cambiaformas, escamas translúcidas, ojos de serpiente, apariencia semejante a la humana... ¿Cómo se había llegado a aquello? Para su mala suerte las sombras seguían representando un problema y ahora que el muchacho había perdido todo control sobre ellas era riesgoso cualquier acción que realizaran.

Kavi intentó tomar el sable que aquel gigante dejó caer para asestar un golpe mortal pero el arma era pesada en todos los sentidos por lo que no pudo ni moverla, pero no se iba a ir con las manos vacías, ya lo habían humillado lo suficiente para seguir soportando más. Seguía intentando levantar el arma cuando el gemido ahogado de Grimm lo regresó a su realidad; estaban en peligro y eso era lo único que importaba. Habiendo agotado las pocas fuerzas que le quedaban lo único que restaba por hacer era conjurar un viento que moviera cielo, mar y tierra para ocultarlos del mundo pero su canalizador ya estaba roto, necesitaba algo delgado como aquel bastón que llevaban pero no lo tenía a la mano y agacharse a tomar una nueva raíz era peligroso.

Siguió avanzando en dirección a donde creía debía estar Grimm, pidiéndole a gritos que intentara calmarse, tropezó con algo filoso, tal vez una espada, una muy fina, ligera y de plata pura, una espada útil para lo que quería hacer. Con cuidado la tomó sin importarle si manchaba la pulcra hoja con sangre, la elevó por los aires e hizo girar la punta, conjurando a la madre de todos los vientos y protectora de los magiis: Vindas, diosa del viento.

El ambiente se hizo helado, vientos de invierno vinieron a socorrer a Kavi, separándolo de los noctus y aquellos que intentaban darle muerte. En su desesperación no se percató cuando la humedad presente en el lugar se hizo hielo, hielo duro, peligroso y cortante como la espada que sostenía, creando un muro cristalino entre ellos y sus perseguidores. Sin embargo, canalizar magia mediante la espada requiere un constante entrenamiento para aguantar más de quince minutos, cosa que el muchacho no tenía, por lo que el hechizo se le fue de las manos empezando a arrancar árboles, noctus y rocas del piso.

—¡Avecilla detente!— Suplicó Lucila que ya había llegado hasta donde Grimm estaba y ahora lo tenía entre sus brazos.

—¡No sé cómo hacerlo!— Admitió lleno de miedo.

Y de nuevo el sol que puede romper la más dura niebla, Tonath clavó un simple pedazo de madera y le ordenó al viento parar, pese a que ya oscurecía los adolescentes creyeron ver al sol emergiendo tras la pared de hielos que el imprudente cuentacuentos había construido. El sol había vencido al viento, pero no al miedo que aquellos tres les tenían.

Aprovecharon la aparente calma para subir a la carreta, la princesa, haciendo gala de su aprendizaje cotidiano, se llevó dos a los labios y chifló tan fuerte que casi le truena los tímpanos a los otros, si Eriot había regresado a la normalidad tal vez Metz también. Poco después apareció el perro, aún siendo gigante y con el hocico manchado de sangre, pero había vuelto a su natural aspecto blanquecino, pronto el canino redujo su tamaño y regresó a su tierna apariencia de cachorro si no fuera por el desagradable líquido escurriendo por todos lados.

—¡Lucila! Yo... no debí gritarte, lo siento. Muchas gracias por volver, sin ti no estaríamos vivos.

La disculpa era y sonaba sincera pero la princesa no creía necesario hacerlo. Kavi tarde se dio cuenta que su caja no estaba ahí, preocupado le pidió razones, a lo que la pelirroja le explicó el plan, él debía repetir el hechizo, ella guiaría la carreta y una vez ahí tomarían el rumbo a la costa, de manera que parecería se alejaría de Aurum y podrían tomar un navío hasta Tecoh para llegar a la capital por las zonas pobladas y correr menos riesgo de ser atacados por esos dos. Kavi se sorprendió por el tiempo que le tomó armar semejante plan pero no la cuestionó, dibujó el ave, silbó la melodía y la luz los sacó del bosque hasta donde la princesa escondió la caja. Varios soldados de bajo rango empezaron a llegar ante una alerta, por lo que debieron esconderse hasta bien entrada la noche.

La sombra de las aves. El fénixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora