Capítulo 2: Savitra

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 —Azura, es mejor que no salgas por una hora de aquí, prepara los medicamentos en la bodega ¿Entendiste? Después vamos a hablar y no esperes algo bueno-

Bien se dice que a pueblo chico chisme grande, desafortunadamente para Azura; Savitra era una localidad muy pequeña. Con tan solo dos mil habitantes era fácil que todos conocieran a todos. La fama que tenía en general no le ayudaba y ser la encargada de la botica tampoco era algo ventajoso. Una hora después de estar moliendo flores entró a la bodega el anciano, parecía que todo ya se había tranquilizado afuera, el hombre sacó de su levita una vieja pipa, la prendió y empezó a fumar para relajarse un poco y no golpear a Azura.

—¿Sabes lo que hiciste hoy verdad?

—Sí, sé mejor que tú lo que pasó hoy ¿Quieres que te lo cuente?

—Será útil, pero más tarde, espero que sepas que estás en severos problemas y en esta ocasión no es solo por la agresión a la chica y al niño

—¿Pues qué más hice?

—¿Te recuerda algo un broche de plata que le pertenece a tu profesora? Pues parece que quiere proceder en tu contra

La estancia se quedó en silencio, no se estaban mirando a los ojos pero ella podía sentir en su pecho toda la presión que conllevaba la acusación ¿Se habría delatado sola? Los problemas eran más grandes de lo que había pensado. La única manera de evitar eso era pagar la multa para no ser trasladada a prisión, pero con todos sus gastos le sería imposible hacerlo. Azura se llevó las manos a la cabeza y ocultó su rostro. No quería responder nada, no sentía que tuviese el derecho de hacerlo.

—¿Algo más?— Se animó a susurrar por fin, Vincent endureció su mirada y se acercó más a ella.

—Seguramente metiste en problemas a Zita, Madame Poe ayudó a la chica que lastimaste

Las fuerzas se le fueron y se encorvó más. No había sido un buen día en lo absoluto, simplemente no era su día. Los dolores de cabeza volvieron, intentó presionar sus sienes para reducirlo pero no resultó. La tinta ya seca se convirtió en sangre fresca que se pegaba a su cuerpo, la bodega en un campo de batalla con atronadores sonidos y Vincent simplemente dejó de estar. Selló sus labios con todas sus fuerzas y se resistió a hacer cualquier movimiento que pudiera delatar lo asustada que estaba.

Una gentil mano se posó en su cabeza y apartó sus manos. Ella alzó la mirada y se topó con el anciano que la miraba preocupado. Lo que faltaba para arruinar su día era que alguien se diese cuenta que no estaba bien o que no era tan fuerte.

—¿Qué te pasó en la cabeza?

La sensación de sangre estaba nuevamente en su mano, se había abierto nuevamente la herida accidentalmente, pero necesitaba curarse. Reunió valor y entonces le contó todo cuanto había pasado, todo lo que ella consideraba real. No le contó nada sobre las alucinaciones pero todo sobre la herida. Con cada palabra la expresión del anciano se iba oscureciendo hasta llegar a un enojo grande, sus puños cerrados, su boca temblorosa, su ceño fruncido.

—Debí haber dejado que se murieran esas escorias

El anciano desinfectó la herida y vendó la cabeza de la chica, cuando estuvo curada le permitió salir de la bodega, esos días habían sido bastante activos, muchos heridos recientemente. La mayor parte de ellos agricultores, pescadores o ganaderos, característica para nada peculiar entre sus clientes más recurrentes.

—¿Cómo está tu padre? ¿Se ha tomado los medicamentos?— Preguntó el anciano preocupado.

—Pues no tiene mejoría, casi todo lo que le damos termina por vomitarlo y sigue igual de frágil que siempre, el cambio de estación siempre lo afecta mucho. Pero es necio, no quiere tomarse todos los medicamentos

La sombra de las aves. El fénixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora