—Fui el muro que te protegió pero ¿Cuándo podré ser protegida? Estoy harta...
Afuera, Lucila estaba demasiado asustada como para hacer algo, tenía muchas cosas en las que pensar, Metz seguía en peligro, tenía poco tiempo para ayudar. Con desición regresó hasta donde estaba la carreta, volvió a toparse con el hacendado. La mirada de esa persona la incomodaba, no era lasciva ni intimidante, sólo era una mirada ambiciosa.
—Alteza ¿Buscaba algo?
—El perro... el perro no es de esas personas, es mi perro— Mintió con descaro y desición
—Alteza yo...
—¿Está cuestionando? Ese perro no es de ellos, es MI PERRO y agredirlo contará como insubordinación. Eso, supongo que sabe, es un delito
El hombre dejó caer su mandíbula, se giró y mandó llamar a su matador ordenando la liberación del perro, la princesa tomó en brazos al animal satisfecha de haberse librado de un problema y reprochándose por no haber planteado esa solución antes, evitando que Metz pasara un mal rato. La cargó hasta asegurarse de estar a solas, la bajó y le pidió que le ayudara. Debían primeramente, ganar más tiempo de algún modo y escapar apenas les fuera posible. Primero, antes de liberarlos debían prepararse para huir, corrió hasta la carreta y empezó a preparar todo para la huida, unos pasos la pusieron en alerta y por primera vez desde hace dos meses tomó el cuchillo que Eriot le había encomendado.
—¡Soy yo¡ Lucila ¡Soy Abigail!— Advirtió una voz bien conocida, ya tranquila la princesa bajó el arma, aliviada de no tener motivos para utilizarla.
—Lo siento, por golpearte y por eso. No estaba ...
—No, no estuvo bien y sigo enojada por eso pero en este momento es necesario hacer algo. ¿Ya tienes un plan?
—No, no tengo tiempo para hacer uno bien pensado pero necesito tu ayuda, no puedo hacerlo sola. En serio no quiero ponerte en riesgo ni en dilema pero...
—Ya basta, dices que no tienes tiempo para planes pero sí para soliloquios. Mientras no se enteren todo bien. Te ayudo a empacar, les hará falta comida, ahora vete rápido. CUando escapen, tomen el camino de la derecha, es un pasadizo que ocupaba yo antes— Ordenó la lavandera con una fingida confianza.
Una vez a solas sacó de entre sus ropas una botellita con una sola dosis, sintiéndose culpable. Había conseguido sacar una dosis de antídoto para uno de los dos muchachos, sabía que Lucila los apreciaba a ambos y por eso le pasaba la decisión a ella. Podría ser rastrero pero sinceramente no se sentía con la confianza de poder cargar una muerte en la cabeza.
El perro la miraba tranquilo, sin ladrarle a diferencia de antes, luego se puso de pie y se desvaneció. Dejando una respuesta en la punta de la lengua, alguno de los dos manejaba la magia negra.
—¿Por qué no simplemente le disparas al cerrojo?— Preguntó Kavi que seguía viendo cómo la chica intentaba forzar la puerta. Ella lo miró de mala manera y le mostró que el rifle no tenía municiones.
La fiebre no les disminuía, pese a sus constantes intentos después de aquella alucinación no habían logrado nada, entonces escucharon unos gritos, bramidos y aullidos familiares ¡Metz estaba ahí!
—¡¿Están bien?!— Cuestionó una voz infantil, conocida por ambos.
—¡Lucila! ¿Cómo te encuentras?— De pronto las fuerzas del cuentacuentos le habían regresado.
—Bien, me siento mejor ¿Qué hay de ustedes?
—¡Frescos como lechuga! Esos pelafustanes no pueden hacernos ¡Agh!— La chica lo había pellizcado en una herida mal cicatrizada y ahora el pobre se estaba retorciendo de dolor en el piso— Grimm, voy a matarte— Susurró.
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La sombra de las aves. El fénix
FantastikHa llegado el inicio del final, las bestias dormidas empiezan a despertar. La princesa necesita protección para levantar la corona y sentarse en el trono. Todo parecía tranquilo sin embargo desde hace mucho tiempo no lo es, las acciones egoístas de...