Sinopsis

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­­­­—¡No puedes decirme dónde dormir, no puedes ponerme tres tipos que me sigan a todas partes! ¡No puedes saber en dónde estoy en todo momento! ¡No puedes adueñarte de mí! —gritó sujetando la tira de su diminuto camisón que se resbalaba de su hombro.

—No me he adueñado de ti —reprendió saliendo del baño que compartían, únicamente con unos pantalones de pijama —, todavía.

Eleanor tomó su cabeza entre sus manos presa del pánico, de la rabia que provocaba una sola persona. Él la miraba sin emoción, tan frío y macabro como le demostró ser durante ese primer mes de matrimonio.

Emilio caminó hacia la cama y apartó las sábanas para sentarse. Dejó su reloj sobre la mesilla siendo consciente que ella estaba pendiente a cada detalle.

—No quiero que lo hagas, no quiero compartir una cama contigo —bramó histérica.

—¿No quieres o no puedes? Dime, Eleanor. —Su voz gruesa apenas detonaba una sínica diversión. Era tan cerrado, pegado a su oscura esencia que las únicas sonrisas que esa mujer logró ver, eran producto de salirse con la suya.

Él siempre ganaba, no había otra opción.

—Amo a Antonio.

—Oh, Antonio —repitió chasqueando su lengua —. Cada vez que dices su nombre estás sentenciándolo. No voy a tolerar que menciones a otros hombres en mi propia cara y en nuestra cama —apretó su quijada, rabioso. La sangre le hervía de escuchar el nombre de ese imbécil, y eso solo le aumentaba las ganas de encenderse el quinto cigarrillo del día.

—¡No es mi cama! —se acercó a él golpeando su pecho. Emilio ni siquiera se movió —. Nada de lo que hay aquí es mío, no quiero vivir contigo, no quiero que me toques —espetó dejando que todos sus rulos salvajes los cubrieran como una cortina en cuanto él colocó su mano en su nuca sujetándola frente a frente.

Aquella mujer se arrepintió de inmediato de haberlo provocado, sabía que era una bestia, despiadado con cualquiera que le arruinara sus planes, aunque con ella no mostró otra cosa más que interés en poseerla.

—Si piensas que tocarte el brazo, la cintura o tus labios es tocarte, me deja muy claro la clase de diversión que tu novio te daba —afirmó su mano hablando a un centímetro de su boca. Eleanor se embriagó con el humo del cigarro, tan adictivo.

—Cállate.

—El día que te toque, ese día estarás deseando que abra tus piernas cada maldita noche, porque no habrá otro hombre que se atreva a acercarse a ti. Primero lo mato, y luego verás de lo que soy capaz si intentas salir de esta cama. No conoces el placer, y cuando lo hagas se convertirá en una adicción. —mordisqueó su labio rápidamente robándose un jadeo de su parte.

Ya tendría momento de escucharlos toda la noche.

Aturdida, acalorada y muerta de vergüenza por dejar que su cuerpo hablara, Eleanor se alejó sujetando la tira de su camisón que reveló el valle de sus senos. Los ojos de ese feroz hombre brillaron en lujuria.

—Eres un maldito criminal, te quiero lejos de mi vida —espetó refregando su rostro, queriendo despertar de esa pesadilla que solo sacaba a la luz deseos oscuros que nunca pensó tendría. Los morbos que habitaban detrás de su cabeza.

No podía creer que ese tipo con solo apretar su agarre en su nuca, en su cabello, tuviera el poder de despertar el calor entre sus piernas, y sus senos endurecerse, marcándose ante la suave tela.

Criminal —asintió recostándose sobre la cama —. Así es cómo me ves, no voy a quitarte de tu nube.

Cruzó sus pies y uno de sus brazos detrás de su cabeza. Todo su torso desnudo, cubierto de tatuajes y esos anillos en sus dedos eran...Dios, era perverso.

—Así te veré hasta el día que me muera —farfulló entre dientes, incapaz de callarse.

—Cuida tus palabras, y no te atrevas a decirme mentiras en mi cara —la señaló determinante a que lo obedeciera.

—No son mentiras, nunca he estado más segura de algo en mi vida.

—Avísale a tu cuerpo cuando se pega al mío cada noche —acusó con seriedad —. No me hagas castigarte.

—¿Castigarme? —ahogó una risa —. ¿Te crees que eres mi padre?

Él le sostuvo la mirada por largos segundos.

—Sabes bien cómo lo haría, es como te gusta ¿no? —peinó los mechones de su cabello rubio hacia atrás, para luego terminar acariciando su larga barba —. Duro, te gusta que te dominen, te gusta tanto que un hombre sea posesivo que estoy seguro que si te toco en donde siempre has deseado, verás que tengo razón.

—¡Vete al infierno! —gritó lanzándole un almohadón que él sujeto en el aire.

—Oh, ten por seguro que vengo de ahí.

Lo excitaba enormemente cuando se ponía histérica, cuando su cabello danzaba a cada lado por sus enfurecidos movimientos. Y aquellos ojos verdes eran capaces de sacar chispas, de aniquilar a quien sea.

—No ganarás —afirmó cruzando sus brazos —. Aquí no hay lugar para villanos, y tú además de ser un maldito criminal capaz de creerse que puede quitarle la vida a quien sea, lo eres.

—Ten cuidado con tu tono, Eleanor. Tienes suerte que esté enfocado en tus senos en este momento —mencionó dejando el cigarrillo sobre el cenicero —. Y para que te lo grabes, te diré que el villano es siempre quien gana, y si el héroe es tu ex novio...—carcajeó con maldad tirando su cabeza hacia atrás de una forma tan viril. Los músculos de su fornido cuerpo vibraron ante tan majestuoso y despiadado gesto.

Aquello solo la hizo enfurecer más, cometiendo el gravísimo error de responder sabiendo que él odiaba que lo hiciera.

—Jamás dejará de ser mi novio, te guste o no —espetó de mala manera, alzando su mentón.

Fue suficiente para que ese enorme sujeto se pusiera de pie y fuera hasta ella. La acorraló en dos zancadas. Aquella tenebrosa mirada era la misma que Eleanor observó hace una semana. Todo en él era peligroso, las personas que lo rodeaban lo eran, pero la manera decidida en la que caminaba, hablaba y actuaba lo hacían más desalmado aún.

Aun le costaba entender el contraste de su personalidad con sus tres hijos, era otro hombre, alguien...atento, cariñoso podría decir.

Pero ahí, entre cuatro paredes y ellos dos solos, era estar danzando con el diablo, jugar una ruleta rusa.

Nadie fue capaz de verlo venir, nadie en esa ciudad se dio cuenta del monstruo que crecía a las sombras, nadie fue capaz de notar que él venía por ella...

—A mi no tiene que gustarme nada, a ti tiene que quedarte muy en claro que la próxima vez que vuelvas a nombrarlo lo siguiente que sabrás es que estará con tres balazos en la cabeza —amenazó remarcando su frío acento ruso —. No me provoques, Eleanor, no me hagas querer cometer mi mayor deseo de acabar con ese tipo porque desde ahí, no me detendré y le cortaré las manos a cualquier otro que te haya tocado antes que yo.

Y Eleanor era consciente que la única que podría matar a Antonio era ella con sus palabras, y fue ahí que se dio cuenta de lo retorcida que se sentía. De lo insensato que era empezar a desear a la persona que despertaba deseos oscuros, tan oscuros como esa mirada que leía sus pensamientos.

Emilio había ganado, y ambos eran conscientes de ello.

Obstinado poder © (Markov I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora