Capítulo 17

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 —¿Cocinas todos los días aquí?

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—¿Cocinas todos los días aquí?

—Nadie más lo hace, señora —respondió Laisha picando unas verduras para hervirlas.

Eleanor asintió dándole la razón. No era que tampoco Emilio iba a cocinar y el colmo es que se pusiera Enzo a hacerlo. Pero no podía evitar sentir el vacío de esa casa y apenas llevaba dos días bajo ese techo. La necesidad absurda de vivir en una mansión para ni siquiera usar todas las habitaciones o aprovechar esa magnífica y elegante cocina era una locura.

—¿Qué harás de cenar para hoy?

Pelmeni.

—Si, no tengo idea —chasqueó su lengua recargando su cuerpo contra la fría mesada. El silencio si bien era espeluznante, preparaba sus oídos para cuando volvieran los hijos de Emilio, y sobre todo él.

—Es un poco de carne enrollada en masa que contiene huevo duro. Aunque al señor le gusta con bastante cebolla —contó señalando el recipiente con las cebollas ya cortadas —. ¿Quiere aprender?

—Otro día tal vez —sonrió amablemente.

El ruido de la inmensa puerta abrirse y la voz de recibimiento del mayordomo la pusieron en alerta. Pese a que la cocina estuviese alejada de la sala donde compartían la mesa, no impedía que escucharan todo. Eleanor se había dado cuenta que no ingresaban por la puerta principal que llevaba a la inmensa sala de eventos, sino que Emilio y todos ahí lo hacían por la puerta del jardín que daba a la parte de la casa más hogareña, pero que de igual forma no dejaba de ser absurdamente elegante.

—Levanta la mochila —rezongó Enzo a medida que se iban acercando a la cocina.

—Tengo hambre —se quejó Ethan metiéndose de lleno hacia donde estaban esas mujeres y abriendo la heladera de prisa.

Eleanor arqueó una ceja al verlo sacar un elegante plato con el postre que Laisha hizo poco más de una hora atrás. Carraspeando le golpeó el brazo a esa mujer incitándole a que le dijera algo, pero Laisha solo sacudió su cabeza resignada.

Increíble.

—El postre es para luego de la cena —le hizo saber ella de brazos cruzados. Ethan solo imitó su voz y siguió comiendo con sus manos, parándose en uno de los grandes asientos de la mesada —. ¿Dejarás alguno para los demás?

—¿Quién? —frunció el ceño limpiando sus labios con su mano.

Dios, que desastre, y junto aquellos rulos incapaces de controlar era un mismísimo huracán.

—Tú.

—Te preguntó —sonrió desafiándola. Rápidamente se bajó de la silla y se perdió en el inmenso pasillo dejándola ahí, rabiando por sus contestaciones y sus pocos modales.

Ese niño le sacaría canas verdes.

—Buenas noches —saludó Emilio ingresando también a la cocina y sirviéndose un poco de agua sin ser consciente de que su hijo se comió parte del postre destrozándolo.

Obstinado poder © (Markov I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora