Alek pasó a buscarla como Emilio le avisó. Lo poco que habló con su madre al quedarse en su casa era mucho más de lo que llegaría a hablar con ese guardia toda una vida. Era como si tuviera órdenes estrictas de no hablarle, únicamente si ella lo hacía primero, pero la cuestión era que Eleanor tampoco tenía ánimos de abrir la boca.
Su humor esa mañana no era el mejor, la cara que llevaba de pocos amigos tampoco, y ya ni siquiera tenía cabeza para ir a escoger un vestido. ¿A quién carajos se le ocurriría preparar una boda de la que no quiere formar parte? Se supone que el simple hecho de visitar tiendas de vestidos debería emocionarla y no sentir que estaba por ir a hacer las compras a un supermercado.
Descabellado.
Tan descabellado como todo lo que Emilio dijo de su padre, tan descabellado como sentarse a la noche en el living de su madre y buscar en internet qué era la palabra Bratva. Hubiese sido mejor continuar en la ignorancia, porque ahora todo cuadraba, ahora el negocio petrolero no le resultaba tan serio si una de las actividades a las que se dedicaban ese grupo era a la comercialización ilegal de petróleo.
Lo bueno es que esa actividad era la más normal, la lista seguía, y por cada casilla que bajaba lo ilegal incrementaba, lo espeluznante aparecía en escena y Emilio se tornaba más siniestro de lo que ya era.
Aún no podía creer que su cabeza asimilaba la idea de casarse. Tal vez se debía a la conmoción de los últimos días, el grado de frialdad y desconcierto que atravesaba su mente y que aún no se enteraba de la magnitud de lo que iba a hacer.
Tampoco sentía que tuviera otra opción, menos cuando iba en una camioneta polarizada y blindada, mientras un auto los escoltaba como la gente importante. A ese punto se sentía como si perteneciera a la política, solo que su propia realidad era más turbia, más oscura.
—¿A qué hora quiere ir a buscar el vestido, señora Markov?
Ya era una costumbre que Alek se dirigiera con ese nombre, y ya Eleanor no tenía ganas de contrariarlo. Podía llamarla imbécil que no diría nada ¿De qué serviría? Ese pobre joven solo acataba ordenes, al que debía lanzársele con uñas y dientes era a su jefe, y ese aguardaba en su oficina contemplando la ciudad, posiblemente pensando qué otra sorpresa le daría, qué otra manera tenía para retenerla a su lado.
—Te lo haré saber. Gracias —mencionó bajándose del vehículo sin esperar que el chofer le abriera la puerta.
Si fuese un poco más despistada o si las horas de insomnio se adueñaran de su lucidez, no se daría cuenta de la cantidad de guardias fuera del edifico de Emilio. La seguridad ahora se duplicaba y Eleanor no entendía cómo haría para concentrarse en su trabajo si sabía que dar un paso a la calle sin esa gente sería sentenciar su muerte.
Sacudió su cabeza.
Lo menos que deseaba era empezar la mañana con el pensamiento de que su padre dejó enemigos, que su vida y la de su madre corrían peligro, y que en la casa de su familia dormían tres guardias velando por su sueño.
ESTÁS LEYENDO
Obstinado poder © (Markov I)
RomanceUn matrimonio, un plan que no podía dejarse a un lado, una intención macabra. Una mujer que ignora el ambiente en el que creció. Un hombre que esperó años a tenerlo todo, que sabe jugar sus cartas para tener el poder que merece, y un lado oscuro qu...