Capítulo 23

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—Ethan —bufó Emilio en cuanto iba a desprenderse su camisa

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—Ethan —bufó Emilio en cuanto iba a desprenderse su camisa.

El teléfono en su bolsillo, ese que solo usaba junto a su familia lo alarmó al grado de cerrar la bragueta de su pantalón. Frente a él, Eleanor colocaba las tiras de su vestido sobre sus hombros, sintiéndose agobiada de haberse rendido tan rápido a sus órdenes, a lo mucho que la excitaba que él la viera de esa forma en la que amenazaba con devorar cada parte de su cuerpo.

—No, estoy trabajando. —Eleanor alzó una ceja ante su mentira, pero él solo rodó los ojos —. ¿Dónde está Laisha? —frunció el ceño sin darse cuenta de lo increíblemente irresistible que lucía con aquella ropa desacomodada y su cabello alborotado.

En otras circunstancias juraría que podría llegar a amarlo solo con observarlo, y con la idea atormentándola pasó por su lado dispuesta a regresar a la fiesta. Necesitaba espacio, pensar con claridad antes de que su lado morboso se imaginara en aquel escritorio.

No culminó su recorrido cuando aun hablando por teléfono, Emilio rodeó su cintura apretándola contra su pecho.

El calor era exorbitante, tan igual como un día de verano en el que no contaba con acceso a una playa cercana ni tampoco una piscina, sino que su destino era ahogarse en una ola de calor. Así era estar pegada a él, sentir partes de su piel contra la suya y su erección resurgiendo y apretándose contra ella.

¿Acaso iba a hablar con su hijo mientras la tenía así?

Eleanor acomodó sus rulos hacia atrás esperando que esa tortura culminara, pero contradiciéndose a si misma porque por ningún momento deseó tal cosa, ni siquiera cuando el agarre de Emilio descendió hasta sus muslos para luego volver a subir por debajo de la falda del vestido.

—Tienes que pedirle permiso a tu hermano para usar sus cosas, Ethan —prosiguió mirando por encima de esa mujer. Su mano continuaba explorando, esta vez en eróticas caricias sobre su trasero.

Eleanor jadeó cuando él apretó con fuerza. No cortaría ese momento cuando la tensión, el estar Emilio en otra conversación, pero sin dejar de atenderla sobrepasaba el nivel de lujuria. El mismo interruptor en su cabeza se prendía con solo saber que no debía hacer el mínimo ruido, tan solo recargó su frente en el hombro de Emilio y dejó que él la acariciara, que hiciera su ropa interior a un lado y bufara contra su oído al encontrarla tan mojada.

—En unas horas estaré ahí y hablaremos sobre usarle la computadora a Enzo sin avisarle —acotó respirando ya con dificultad. Y que esa mujer se apegara a él como si quisiera treparlo cual árbol, pero de una manera sensual, carajo, no ayudaba.

Ni a él ni a su propósito.

¿Cómo resistirse? ¿Cómo soportar la fiera exigencia de sus instintos de hombre por tocarla, por verla agonizando de placer? Porque si existía algo que lo prendiera más de lo que ya estaba era contemplar a su esposa retorciéndose, exigiéndole con sus manos que parara porque no podía sobrellevar la primera ola en su cuerpo. Pero aquellos ojos verdes tan brillosos como lánguidos le ordenaban, no, imploraban que siguiera, que jamás se fue a dormir tan cansada como cuando él la tocaba.

Obstinado poder © (Markov I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora