Eleanor se removió en la cama al sentir el colchón moverse. Refregando sus ojos logró ver aquella espalda ancha y desnuda contraerse por sus músculos al tomar el impulso de salirse de la cama. Por la oscuridad de la habitación y la única luz encendida era la del baño, no podían ser mas de las tres de la madrugada.
La radio no avisó en ningún momento del llanto de Elliot o algún incidente, pero aquel hombre igual se levantó y caminó descalzó fuera de la habitación.
Eleanor resopló sentándose, era el único momento que podía respirar con calma al pasar toda la noche compartiendo el mismo colchón con su peor enemigo. Lo peor es que iban dos semanas de hacer la misma rutina, y darse cuenta que él no tenía intenciones de tocarle ni un pelo, lo demostraba al acostarse, darle la espalda y dormir como un niño.
Nunca iban a la misma hora a dormir, era ella quien siempre iba primero, mientras Emilio llegaba a altas horas y lo único que hacía era levantar las sábanas y meterse a su lado. Tal vez él creía que caminar de puntillas y no hacer el mínimo ruido sería suficiente para que ella no lo notara, aun así, Eleanor diferenciaba el frío de estar sola en la inmensa cama del calor de tener otro cuerpo junto al suyo.
Estaba cansada de darle vueltas a su cabeza y dormirse a regañadientes, enfurecida con los pensamientos que la ahogaban por saberlo a pocos centímetros y que su cuerpo lo reclamara de una manera absurda. Juraba que debía contener sus manos de no tocar sus brazos o simplemente su enorme espalda que siempre colisionaba con la suya luego de horas de sueño.
Por la mañana, él ya no estaba, se veían en la empresa o pocos minutos en el desayuno. Era inconcebible cuestionar su matrimonio cuando bien sabía que era una fachada, pero no podía evitar sentirse sola, o contenerse de no cruzar el límite y hacer lo que su cuerpo exigía.
—¿Qué haces despierto? —lo sorprendió en una de las tantas habitaciones donde residía una mesa de billar y un piano.
En sus momentos para explorar se perdió horas ante tal instrumento tratando de aprender un acorde, pero su ignorancia y poca paciencia pudo más.
—Pensar.
—¿A las tres de la mañana?
—¿Qué quieres, Eleanor? —retrucó dejando el vaso de vodka retumbar contra el bar.
Vestido únicamente con aquel pantalón azul de pijamas que se apretaba a sus caderas, y con la iluminación majestosa de esa habitación, Eleanor se perdió en la tinta que cubría su espalda, brazos y torso. Era como ver una obra de arte, desde rostros, animales, hasta flores y palabras en ruso que no le hacían saber nada. Lo único que logró descifrar una noche mientras él dormía fue el nombre de sus hijos rodear sus brazos.
—Un trago —respondió acercándose al minibar y sacando su botella de Martini. Nunca se terminaba el stock —. ¿Hoy no saldrás? —curioseó mirando hacia otro lado, lejos de esa fiera y adormecida mirada que lucía mas despiadada a esas horas.
ESTÁS LEYENDO
Obstinado poder © (Markov I)
RomantizmUn matrimonio, un plan que no podía dejarse a un lado, una intención macabra. Una mujer que ignora el ambiente en el que creció. Un hombre que esperó años a tenerlo todo, que sabe jugar sus cartas para tener el poder que merece, y un lado oscuro qu...