Eleanor abrió los ojos perpleja al ver el auto que estacionó ante la entrada donde ella aguardaba de pie. La ventanilla bajó lentamente dejando entrever a Emilio observándola expectante. Esta vez lucía un saco negro largo llegando hasta sus rodillas.
Aclaró su garganta antes de subirse.
Los asientos eran de un cuero fino, color beige, y las últimas neuronas activas que la discusión con Antonio dejó en su cabeza, explotaron ante la cantidad de botones, luces y pantallas.
Aquel hombre no dijo una sola palabra, su mandíbula se tensaba mientras miraba la hora en su reloj de pulsera.
—No es necesario que me lleve, el evento aún no ha terminado —mencionó moviendo sus manos en la falda de su vestido
¿Por qué el silencio que portaba ese sujeto le ponía los pelos de punta?
—Termina cuando yo me voy —aclaró encendiendo el auto, sin mirarla.
—Puedo pedir un taxi.
—Ningún taxi sabe dónde vivo, estaría horas esperando —soltó alzando su ceja.
Parecía que le encantaba tener la razón, o siempre una respuesta para cada opinión suya. Decidió no seguir insistiendo, lo único que traía en mente era llegar a su casa y meterse en la cama tapada hasta su cabeza sin saber nada de nadie, menos de Antonio. Podía oír el rezongo de Caroline cuando le contara todo lo que aconteció.
Se abrazó a si misma cuando su piel se erizó por completo ante el aire helado que venía de la ventanilla de ese hombre. No quería sonar irrespetuosa, pero ¿Acaso no se daba cuenta que la temperatura cambió abruptamente? ¿Como podía soportar el frío en su rostro? Apretó los labios contemplando el paisaje de las afueras de la ciudad. Eran cosas que debía aguantar, bien o mal no era su auto. Pero cuando ya su pacencia llegó al límite, él pitido proveniente de la puerta avisaba que Emilio cerraba la ventanilla, así como también encendía la calefacción.
El trayecto fue más silencioso, pero aunque quisiera buscarle algún punto negativo, no lo encontraba. Lo único que oía era el apaciguado ruido del auto recorrer la ruta, tan sofisticado que parecía andar sobre una nube.
Sin conocerlo creía que era un hombre de muy pocas palabras, las suficientes para responder, y que se le daba muy bien escuchar. Podía pasar por mudo completamente.
Una risilla se le escapó al pensarlo así.
Por el rabillo del ojo, notó como él volteaba a verla sin una sola mueca descifrable en su rostro. Ahora entendía por qué su piel parecía ser tan suave, sin una sola arruga. Y si, si nunca hacía muecas cuando hablaba, y a ese punto creía que tampoco sonreía.
—¿Dónde es su casa? —preguntó tajante, luego de llegar a la avenida principal de la ciudad.
—En el primer edificio al llegar al parque de deportes —indicó señalando la próxima calle donde debería de doblar.
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Obstinado poder © (Markov I)
RomanceUn matrimonio, un plan que no podía dejarse a un lado, una intención macabra. Una mujer que ignora el ambiente en el que creció. Un hombre que esperó años a tenerlo todo, que sabe jugar sus cartas para tener el poder que merece, y un lado oscuro qu...