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Es una lástima que no supieras cuando empezaste tu juego de la muerte, 
que yo también estaba jugando.


Hace 10 años.

Entré a la casa, empapado por la lluvia, sintiéndome feliz de tener el estómago lleno. Después de dos días había tenido mi primera comida y todavía me quedaban unas cuantas monedas, de modo que mañana volvería a comer.

 —¡Niño! —gritó Cassio, una clase de tutor temporal que me había acogido. Pero nada tenía que ver con la hospitalidad.

Al oírlo, mis pies se pararon en seco. Su voz, fría y cruel. 

—Ven aquí —ordenó con los brazos cruzados en su pecho. Me acerqué con lentitud, sin poder controlar los bruscos temblores de mi cuerpo—. Dame lo que tienes para mí.

Sabía a lo que se refería. Debía entregarle todas las monedas que se hallaban escondidas en mi bolsillo y, así, de esa manera, evitaría sufrir una dolorosa paliza por su parte o peor aún por el hombre que le proporcionaba las drogas.

Pero me hervía la sangre tener que hacerlo,ya que era yo quien salía a robar cada mañana, tarde y noche para poder sobrevivir.

 —No tengo nada,señor—mentí.

Sus ojos, de un gris gélido, se oscurecieron. Se dirigió a mí con porte amenazante.

 —¿Cómo que no tienes nada, maldito niño? 

El primer puñetazo resonó en la habitación. La mejilla derecha me ardió con brío. A estas alturas debería estar acostumbrado al dolor, pero, sin embargo, los ojos se me inundaron de lágrimas.

 —¡Ni se te ocurra llorar! ¡Los hombres no lloran! —Me cruzó la cara una segunda vez cuando varias gotas gruesas descendieron veloces por mi rostro.

 

—¡No soy un hombre! ¡Tengo trece años!—grité apesadumbrado.

—¡Quién carajos te crees para hablarme así! —bramó zarandeándome con fuerza. Mi cuerpo, débil y escuálido, perdió el equilibrio y cayó sobre la dura superficie de la madera. Las monedas, hasta entonces ocultas,repiquetearon en el suelo—. ¿Qué es esto? —preguntó, aunque ya estaba recogiendo el dinero.

Esta vez no hice nada para detenerlo. No serviría de nada. Solo aumentaría su furia. 

—¿Sabes qué es lo que les sucede a los niños que mienten y lloran como una jodida niñita? —inquirió con tono mordaz, pero no me dio tiempo a contestar—. No, no lo sabes. Pero lo sabrás si no vuelves a
darme todo lo que consigues en las calles.

—Esas monedas eran para la comida —sollocé mirándolo con tristeza. 

 

—Eres joven. Puedes estar días sin comer. —Guardó las monedas en el bolsillo de su sucio pantalón—. En cambio, yo tengo necesidades—masculló antes de agarrarme del pelo y alzarme. Grité de dolor—. ¡Cierra la puta boca! Dormirás afuera. Ese será tu castigo. Cuando te conviertas en un hombre de verdad, puede que vuelva a dejarte entrar en mi casa. —Abrió la puerta y, de un brusco empujón, me tiró al exterior.

—Señor, por favor —le rogué—. Está lloviendo y hace mucho frío.

—¿Crees que me importa? —me preguntó con ironía. 

J E Z A B E L    | JJK LIBRO #2 ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora