capítulo 35: el sonido de los corazones que se quiebran

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Cómo explico
Lo que se fue

A un mundo que no entiende
Lo que tú y yo teníamos?
Que, quizás, cambié y que ellos
Todos sufren y están sordos

El sonido de los corazones que se quiebran
Cada vez que tú y yo rompemos la promesa
Yo iba a ser tu compañero
Y tú mi más amiga
No escuches el sonido
Yo te cuido de este mundo injusto, amor.

💭


Ese día, por alguna razón, no podía quitarse la sonrisa del rostro.

El viaje hasta Moscú había sido tranquilo, y ahora faltaban apenas unas horas para que abriera el edificio y pudiera ver a Yuri. Tenía la dirección del lugar, le bastó tan solo hablar con Nikolai para que este le dijera las indicaciones. Ahora su chaqueta de cuero descansaba sobre la cama del hostal, mientras él arreglaba su cabello y rebuscaba sus gafas de sol, alistándose para salir en búsqueda de un ramo de tulipanes.

Hoy volvería a ver a Yuri, luego de una larga semana. En este tiempo tuvo esa horrible pelea con su padre, que terminó con la policía en su casa y su padre con unas esposas en sus muñecas. La noche en la comisaría fue eterna y tediosa, su madre daba vueltas de un lado a otro hasta que la asistente social la hizo pasar a su oficina. Luego del horrible papeleo y las horribles conversaciones, Otabek estaba en casa, con el rostro lleno de vendas, la nariz cubierta y un ojo hinchado. La casa estaba tal como la habían dejado. Un desastre.

Fue difícil de ver y asimilar, pero lo que Otabek no sabía es que sus hermanitas eran más maduras de lo que él pensaba. Ellas, a pesar del miedo y la ansiedad que ese accidente les había provocado, entendían. Vera fue otro caso, pero su hermano mayor confiaba en la ayuda que le quería otorgar la psicóloga infantil del colegio. 

El nuevo colegio, en la nueva casa, en la nueva ciudad. 

Apenas un día luego de el accidente, los abuelos maternos de Otabek estaban afuera de su hogar, listos para llevar a la familia a su nuevo hogar, junto a ellos. Por supuesto la familia paterna de Altin no se pronunció, probablemente estaban de acuerdo con el actuar de Vladimir Altin. 

A veces creía ver su cabello dorado en medio de una multitud, y recuerda con diversión la primera vez que le vio y pudo confundir su hermosa figura con la de una niña; a veces creía ver sus ojos, aunque luego caía en la cuenta de que nunca nadie podría tener una mirada como la de él.

Efectivamente había sido una semana tensa, pero nada de eso se igualaba con el nudo en la garganta que sentía cuando pensaba en Yuri.

🌹

Yuri, todo el día, todas las noches, Yuri Plisetsky. Sus ojos verdes, su cabello rubio, su sonrisa. Tan brillante, tan hermosa. Otabek sentía verlo todo el día, muchas veces creyó verlo en la calle, aunque se trataba de otra persona.

Se estaba volviendo loco, y porque se estaba volviendo loco es que decidió tomar este riesgo

🌹

El día había empezado bien temprano con su maestra despertándolo como ya era costumbre, con un desayuno abundante y delicioso. Luego de comer, se dedicó a realizar u rutina que ya era costumbre, mientras Yakov lo apuraba.

El día transcurría como de normalidad, entre los ejercicios en la mañana, luego las clases que Lilia se encargaba de que cursara, luego ensayo. No todos los días tenía ensayo, pero sí se ejercitaba. Ahora estaba en el edificio, con sus mallas y zapatillas de ballet, la ropa en su bolso y una botella de agua en la mano. Yakov estaba en la casa, Lilia, que era la maestra, comenzó a reunir a las y los bailarines. 

La tarde pasó más rápido de lo que a él le hubiese gustado, y sin darse cuenta ya estaba sentado frente al tocador de los camarines, peinando su cabello mojado y ordenando sus cosas en la pequeña bolsa de maquillaje. El resto de chicos se aseaba en silencio, sin mucho alboroto. Más se podía escuchar el escándalo al lado, donde las chicas se cambiaban de ropa. Y entre todo el cuchicheo, un grito.

Los chicos se pusieron en alerta, asustados.

Hasta que una linda pelirroja apareció en la puerta, con cara de hastío. 

— Plisetsky, te buscan.

🌹

Cuando Yuri tomó sus cosas y se acercó al pasillo, sintió un mareo que casi lo tira al suelo. Frente a él, estaba Otabek, Otabek Altin. Con la ropa negra, botas ruidosas y un ramo de flores en sus manos. 

Yuri quiso correr.

No quería verlo ahí, no quería que estuviera ahí. Porque Otabek Altin causaba demasiadas cosas en él, y de tan solo notar su presencia temía por sus rodillas, tenía miedo de romper a llorar de un momento a otro. Porque con su sola respiración se sentía débil ante el kazajo, se sentía atraído hacia sus brazos, sus manos cálidas, las mismas que ahora sostenían un enorme ramo de tulipanes.

Una muda disculpa tatuada en su rostro, con esos ojos marrones que veían asombrados, tal y como cuando eran unos niños.

Y así fue como el tiempo pasó en un parpadeo, y su cuerpo no sentía nada, su mente en blanco y el corazón desbocado. Solo pudo salir de su ensoñación cuando notó que Otabek se movía, mejor dicho, se acercaba. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Un minuto? ¿Un segundo? No lo sabía, y tampoco se podía mover, y tampoco podía seguir aguantando sus lágrimas.

— Yura.

Su corazón tardó apenas un segundo en acelerarse, mientras que sus pulmones decidieron dejar de funcionar. Por unos largos segundos nadie dijo nada, no hacían más que observarse en silencio, casi reconociéndose. 

Otabek se había acercado lo suficiente como para ahora sostener sus manos, y Yuri lo permitió. Sintió la calidez y la aspereza de su mano, y sintió que todo estaba bien. Por otro lado, el moreno mantenía a Yuri agarrado, con miedo de que este saliera huyendo. El corazón de ambos latía a un ritmo increíble, y las piernas de Yuri se sentían débiles de un momento a otro.

Nadie dijo nada, hasta que los labios de Otabek se movieron suavemente, saboreando cada letra.

Yura.

Inevitablemente, los ojos del menor comenzaron a arder, tanto de tristeza como de coraje. Era un manejo de nervios y sentimientos encontrados, y no tenía idea de qué hacer. Gracias a las divinidades, antes de que pudiera responderle, escuchó la voz de Yakov llamarle.

El rubio tuvo el impulso de soltarse pero Otabek no lo permitió, al contrario, mandó las flores al carajo y se acercó al menor hasta rodear su cuerpo con sus brazos. En ese momento Yuri no pudo ser fuerte y simplemente se rindió ante la calidez y la familiaridad, deseando que ese encuentro durara para siempre. Otabek lo apretaba con fuerza y su cuerpo temblaba, sin poder callar sus hipidos. Altin se separó apenas para ver el rostro de Yuri y luego continuó su abrazo, con miedo de soltarlo.

Ahora estaban juntos, y nadie lo cambiaría. Ni Otabek y su mala suerte, ni los padres homofóbicos, ni los rumores de pasillo. Nada de eso importa cuando estás en paz contigo mismo y con la persona que amas. Altin sabía que estaba en lo correcto, porque no hay equivocación en amar, pensó mientras se separaba del menor y comenzaba a besarlo con desesperación, sonriendo en el acto, murmurando disculpas y muchos te amo.

Y como nunca antes, Yuri fue feliz en ese instante. Tan malditamente feliz, más feliz de lo que ha sido en toda su vida. 




🌹 Fin 🌹

Hijos Del Peligro [otayuri]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora