34. Primera vez.

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13 AÑOS ANTES DE LOS SUCESOS.

Primera vez que Jess y Sam se conocieron.

Mansión Demon.

Narrador omnisciente.

Octubre.

Finalmente habia llegado el otoño. Los arboles habían dejado el color verde por uno naranja. Las hojas se habían secado, las calles se llenaron de calabazas y habia una que otra decoración de Halloween por los vecindarios de la ciudad. La época de lluvia habia comenzado, desde el primer día de Octubre, no habia parado de llover, incluso la briza se habia vuelto helada. En Berlín, Alemania los climas en su mayoría eran helados, pero lo eran mas en esa época del año. Sin duda era la época favorita del menor de los Demon.

La mansión, era una enorme y maravillosa propiedad de la familia Demon. La mayoría de la ciudad los envidiaba, pues su arquitectura era increíble. La mansión estaba muy bien cuidada, el mantenimiento era a diario, los arbustos estaban bien cortados, las fuentes bien pintadas, las estatuas intactas y bien cuidadas. Pero lo mas impresionante de todo, eran los enormes ventanales.

La casa tenia alrededor de casi cuarenta años, por lo que era toda una reliquia familiar. Sin embargo todo el vecindario hablaba de los enormes ventanales de la mansión. Eran tapados con pesadas cortinas oscuras, pero en época de lluvias, eran abiertas. Desde lejos se podía apreciar la elegancia del interior de la mansión. Y justamente en esa famosa ventana, en donde todos podían observar a través de ella y quedaba a la vista para toda la ciudad, ahí estaba el menor de los Demon. Todos conocían la existencia del hijo menor de la familia, ya que siempre solía pasar las tardes mirando el exterior, a través de los ventanales.

 Un niño de oscura cabellera y ojos grises. Tenia la cabeza apoyada en las manos en un gesto aburrido, mirando fijamente los ventanales, mientras que la lluvia se deslizaba en ellas.

Él casi no hablaba y nadie sabía por qué. Le gustaba mucho leer, por que leer lo llevaba a un mundo que no era el suyo, lo hacia sentir emociones y sentimientos, ese era su escape. Tenia unos ánimos muy poco tolerables, no le gustaba el ruido, ni los rayos del sol, no le gustaba el chocolate, no le gustaba el aroma dulce y odiaba que lo molestaran. Era un niño muy alto para su corta edad, de cabello negro azabache, unos hermosos ojos grandes de un intenso color gris, nariz respingada, piel pálida, brazos delgados, con ojeras marcadas por la falta de descanso al dormir, no le gustaban sus ojos ya que tenían los parpados un poco caídos y eso le daba un aspecto mas agotador en el rostro. Pero lo peor de su cuerpo. Eran sus cicatrices.

No le gustaba mirarse en el espejo cuando estaba a punto de ducharse, por que no quería ver su cuerpo desnudo. Tenia una gran inseguridad que le recordaba aquellos golpes de dolor, que cada vez que se observaba, sentía nauseas por la impotencia. Tenia una gran cicatriz en la espalda, que resaltaba de su piel pálida, pero no solo era una, también tenia pequeños trazos en el cuerpo y morados en la espalda, que aún no sanaban, ni cicatrizaban por completo. Pero para él era mejor ignorarlos, así el enojo y la tristeza era menor.

Era triste ver ese vacío en su pecho, que lo consumía día tras día. Intentaba mejorar pero siempre terminaba igual. Agotado. Él se sentía cansado la mayoría del tiempo, y no físicamente, solo cansando. Sentía que estaba encerrado en un lugar donde nadie lo tomaba de percibido. Sus hermanos una que otra vez, intentaban unirlo y animarlo, pero lo tomaban como raro, ya que siempre se negaba. Tampoco era como si le importara mucho, a él le daba muy igual la mayoría de las cosas, por que habia dejado de darle importancia a su alrededor. Esa era su forma de ser.

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