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Wonwoo estaba sentado en el sofá del hogar de su madre. Estaban los cuatro, aquel viernes por la tarde luego de tanto movimiento por la convención, era el momento de hablar de forma más formal que otra cosa.

Su madre le había rogado conversar, entenderlo, saber que lo que sea que el primogénito Jeon pensó, estaba equivocado. Sin embargo, Wonwoo era obstinado, no iba a cambiar de parecer incluso si lo obligaban. 

El silencio era tan sordo que sus oídos zumbaban con tan poca frecuencia de sonido. Su padre carraspeó, sudaba por algún motivo, y ahora se veía más decente que cuando Wonwoo lo vio por primera vez. 

No habían intercambiado ni una sola palabra.

—¿Ahora te haces cargo de la empresa de tu mamá?

—Sí.

—¿Cómo va?

—Bien.

Su madre miró a Wonwoo, quien ni siquiera estaba prestando atención a la conversación condescendiente. Aquella mirada sólo significó que comenzara a hablar más, que se incitara a hacerlo. 
Mas Jeon no se sintió bien con eso, no quería hablarle. Estaba sentado y obligado ahí. ¿Por qué debería de hacerlo? 

—¿En qué trabajas?—Dijo con un tono monótono el menor. 

—Bueno, ahora no tengo trabajo... Me despidieron unos días antes de que mi esposa falleciera.

—Okay, no puedo hacer esto.—Wonwoo se levantó, con respiración más pesada que antes, y viendo a todos los presentes. 

Bokyuk tenía rostro de arrepentimiento, sabiendo que toda la familia se había reencontrado de la peor forma posible. 

—Wonwoo, espera.—La voz grave de su padre lo detuvo, y este se levantó, renqueando un poco antes de mirar a su hijo tan lejano a él.

—¿Qué?

—No merezco perdón, lo sé. Sólo vine porque no tengo a nadie más. Esto es mi último techo, y bueno, quiero volver antes de que la brecha del tiempo nos separe más y más. No merezco ni tu perdón, mucho menos la hospitalidad de tu madre. Pero, ¿Puedo pedirte una última cosa?

El azabache, parado y con piernas tambaleantes, vaciló ante la pregunta. Tomó varios segundos llenados por el tic tac de un reloj lejano, y el zapateo de su madre quien miraba atentamente con la idea de interrumpir y obligarlo a aceptar la propuesta. 

—Sí, sí puedes. 

—¿Puedo abrazarte?

La propuesta salió con voz vacilante y quebrada. Y el pelinegro sintió una punzada en su pecho, como si hubiesen atravesado una flecha justo en su pecho y la boca de su estómago. Los ojos tristes de gato con botas de su progenitor lo hicieron sentir más débil y blando que nunca. 
Poco a poco se extendieron sus brazos, y Wonwoo cedió ante los sentimientos de nostalgia. 
Sus pasos resonaron y se terminaron al colisionar con aquel cuerpo, rodeándolo como cuando era un niño pequeño, inocente y desconociendo el destino de su infancia. 
Aquel padre ya emocionado, apretó bien el cuerpo esbelto y bien formado de su hijo. Sollozos inundaron la habitación, y el mayor de los hermanos sintió aquella presión en su garganta, haciéndolo sorber su nariz para evitar desatar el nudo ciego de su garganta. 
Su pecho quemaba, y su padre se acurrucó en el hombro de su hijo. 

No se separaron por un largo tiempo, y Wonwoo ni siquiera podía permanecer con los ojos bien despiertos sin parecer que tenía ganas de llorar. 

Miró a su madre, y el abrazo se dio por terminado.

—Muchas gracias, si no quieres volver a verme, lo comprendo completamente.—Su padre tenía los ojos rojos, y tomó con gentileza el hombro de su descendencia, apretando este mismo como signo de fuerza y valentía. 

Dark Red.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora