En Navidad

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“Para su alivio y mi infortunio, renuncio a usted”. Aquellas palabras resonaban en su mente ahora más que nunca. Aquel día, después de renunciar ella, Armando había decidido pedirle que se quedara, por la empresa y por los trabajadores, a cambio, él renunciaría y no le volvería a ver. Se vio tentada a detenerle, pero no tuvo valor, no confió en sus palabras y lo dejó partir. Ella no renunció, se quedó en EcoModa, y sobre su escritorio, dos días después de irse Armando, se posaron las renuncias de Marcela Valencia y Patricia Fernández. Ambas, Patricia por presión de Marcela, habían decidido dejar la empresa, para no ver a Betty nunca más y, de igual manera, dejarla con menos personal y más conflictos que resolver. Y, aunque creyeron que así irritarían a Betty, no lo consiguieron y ocurrió todo lo contrario. Betty se sintió mucho más tranquila y pudo desempeñar su trabajo con mucha más eficacia.

Por otra parte, la empresa estaba igual que siempre, los principales ejecutivos eran ella, Nicolás, Gutiérrez y su papá, que los ayudaba con las cuentas. Habían pasado dos meses desde entonces, por lo que las navidades estaban a par de semanas, y ahora, cuando las cosas empezaban a ir mejor que nunca, y la empresa ya no necesitaría más de ella, don Roberto le pedía que se quedara, que no se fuera y ella no se podía negar. Además, estaba su papá, él siempre le repetía que debía mucho a ese hombre, después de todo, ella había hundido su empresa y lo menos que debía hacer era compensarle y claro, qué mejor que permitirle a don Roberto la jubilación que tanto ansiaba sin tener que preocuparse de que se vendiera la empresa, intención principal del “bueno” de Daniel Valencia, o que acabara de nuevo en la ruina, en el caso, poco probable, de que Armando volviera. Así pues, allí estaría ella, al menos, durante un año más, aguantando a Hugo, aunque tal vez, eso lo compensara la ausencia de Mario Calderón. Su desaparición era lo mejor que le había pasado en mucho tiempo.

Pero si algo la había alentado a seguir era que tenía trabajo fijo, aunque con Cata cerca nunca le hubiese faltado, y eso suponía un sueldo que le había permitido cumplir el sueño de su vida, ¡vivir sola! Después de “muchas” horas de dialogo con su padre, había conseguido convencerle de que era lo suficiente mayor como para vivir sola y que él, así le pareciese bien o mal, no iba a poder evitarlo. Bajo estas circunstancias, y la insistencia de su hija, el buen hombre de Hermes, no tuvo más remedio que aceptar.

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Se acaba de despertar, en su cómoda cama, y después de mirar el reloj, y, a pesar de las pocas ganas, y comprender que debía levantarse, apartó las sábanas y se levantó. Estiró los brazos y comenzó a pensar... se acordaba de Armando, cada mañana al despertar y cada noche al dormir. Hacía tanto que no le veía... Él siempre vagaba en su mente. Por más que trataba de olvidarlo, no era capaz y ahora menos, debía tomar una decisión respecto a él, pero dudaba... Aún no lo había consultado con nadie, ni con Cata, ni con Nicolás, sólo ella lo sabía, pero debía decidirse antes de... Suspiró y cerró los ojos tratando de calmar los nervios que se le posaron en el estómago, lo mejor por el momento sería vestirse para ir a trabajar, esa tarde, después de solucionar los problemas de EcoModa, trataría de tomar la mejor decisión. Antes de vestirse, se asomó a la ventana, estaban en diciembre y, aunque no nevaba, estaba bastante frío, así que tendría que abrigarse bien para no resfriarse. Tomó su ropa y se decidió a empezar el nuevo día.

Continuará…

Ya estaban firmados todos los contratos, hechos todos los informes, arreglados todos los problemas de días, revisados los currículos de los candidatos a nuevo Gerente de Ventas... ya no podía buscar más excusas, debía decidirse. En apenas un mes no podría seguir ocultándolo, todos se darían cuenta... si al menos no se hubiera comprometido con la empresa, pero lo había hecho y debía cumplirles. Tenía dos opciones, mentir o decir la verdad. Realmente, de todo aquel asunto, lo que más le preocupaba era la opinión que su papá podría tener de ella, que fuese cual fuese su decisión, sería la misma aunque, seguramente, si optaba por decir la verdad, él acabase aceptando las cosas mejor... o eso esperaba ella. Levantó el auricular y marcó un número:

Historias de Betty, la fea. IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora