35. Omnisciente

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El viejo moroi caminaba de un extremo a otro de la habitación con las manos entrelazadas por la espalda, algo temblorosas, consecuencia de la gran cantidad de espíritu que había estado utilizando últimamente y lo dejaban más inestable, consumiéndolo poco a poco.

Siguió caminando, ignorando la mala mirada que Natasha le dio desde el rincón donde estaba parada.

—¿Y bien? ¿Dónde está?—la voz del moroi sonó ansiosa por la respuesta.

El hombre frente a él que se encontraba bajo los efectos de la compulsión, se retorcía en el lugar donde estaba de pie, reuniendo toda su fuerza de voluntad para no contestar a la pregunta que si bien ya había sido repetida varias veces, se negaba a contestar por temor a la reacción del usuario de espíritu.

—No pienso volver a repetirlo—la gélida voz del hombre resonó por toda la habitación haciendo retroceder al chico.

—Hathaway casi me descubre cuando subí por su balcón y la reina no se despega ni un segundo del niño. No pude hacerlo, era muy arriesgado —su voz se quebró por un momento, delatando que estaba aterrado.

—Te dije que no lo lograría—soltó un resoplido la mujer Ozera.

No había cumplido con la misión que Robert le encomendó, sin contar que le había mentido, porque David tenía la certeza de que la princesa Dragomir lo había visto cuando escapaba por el jardín. Un gran error.

Robert detuvo abruptamente su andar y se volvió colérico al joven tomándolo por la camisa. No era un agarre fuerte ni mucho menos dañino, apenas si tenía fuerza y agarraba débilmente el cuello de la camisa de David con la punta de los dedos pero eso no impedía que sintiera miedo de lo que podría llegar a hacerle. 

—¡Largo de mi vista! No te atrevas siquiera a poner un pie aquí si no has cumplido con lo que te ordené.—

David no tuvo otra opción más que asentir con la cabeza y salir de aquella habitación de hotel pensando en algún plan efectivo. Todo esto lo hacía porque Robert le había prometido que todo esto era con el fin de crear un nuevo orden social entre los moroi y dhampirs, algo mucho más justo y hasta beneficioso para esos moroi como él que no provenían de la realeza; estaba cansado de aquellos privilegiados moroi que se creían superiores a los demás solo por poseer un título, que estaban cegados por el poder, que solo veían por ellos mismos; andando por ahí cubiertos de joyas y prendas de diseñador como si con eso pudieran disimular todas sus falsedades y mentiras, la verdadera persona que eran y que tanto se esforzaban en ocultar.

Claro que él se había ofrecido en un principio a ayudarle con su plan cuando le llamó y lo sacó de aquel agujero de culpa en el que había estado atrapado desde que Robert lo restauró años atrás. Sus acciones como strigoi lo perseguían, como sombras en cada rincón asechándolo todo el tiempo, torturándolo, con aquellos recuerdos devorando su mente; sobre todo la muerte de ella. Su prometida a la cual había asesinado cuando era un strigoi, su muerte era algo que jamás podría perdonarse.

Él estaba comprometido con Angelina Zecklos, una moroi de la realeza a la cual había conocido desde que estaba en el instituto, había quedado prendado de aquella chica amable y generosa que desprendía ternura, quien para su sorpresa no tenía esa característica maldad en su mirada como cualquier adolescente riquillo orgulloso por su apellido. Cuando comenzaron su relación, la familia de ella no se opuso, sin embargo cuando llegaron a la universidad varios miembros cercanos de la familia trataron de separarlos, argumentando que él era el hombre menos apropiado para ella pero David sabía que la verdadera razón era que no querían a un moroi sin sangre real en el clan Zecklos. Pese a las protestas se comprometieron con apoyo de los padres pero los planes de boda se vieron truncados por ese accidente el cuál destrozó todo su futuro.

 Se suponía que sería un viaje tranquilo, jamás se imaginó que ocurriría algo así, creyeron que solo necesitarían de un guardián, que no habría ningún peligro esa noche pues solo saldrían por unas cuantas horas pero después de que aquel strigoi llegara y luego se le unieran dos más, David sabía que el dhampir solo podría proteger a uno de ellos y así fue, los strigoi se marcharon con él y lo convirtieron a la fuerza mientras el imploraba piedad. Tal vez eso no fue lo peor de todo sino cuando buscó a Angelina meses después ya siendo un strigoi sediento por probar su sangre, al principio quería convertirla para que estuvieran juntos pero su resistencia le enojó y siguió bebiendo de su cuello deleitándose por aquel sabor acompañado de sus gimoteos y gritos que involucraban su nombre, así como sus lágrimas empapándolo hasta absorber la última gota de sus venas. Para el monstruo que era en ese entonces fue un placer acabar un su vida pero para aquel David que solo tenía ese último recuerdo de su amada, era una condena. 

Es por eso que envidiaba a Belikov, mientras los espiaba y observaba a lo lejos como vivía felizmente con Rose Hathaway, se preguntaba cómo podía hacerlo ¿Acaso no se sentía culpable? ¿No tenía pesadillas igual que él? ¿Su vida pasada como strigoi no lo atormentaba? ¿Aquellas vidas inocentes que tomó no le hacían imposible vivir?

Sacudió la cabeza alejando esos pensamientos. Marcó un número conocido, sabía que lo ayudaría sin siquiera dudar.

—Diga— contestó una voz familiar para él.

—Espero puedas ayudarme con algo— dijo David.

—¿David? ¿Eres tú?— sonó asombrado su amigo Jason al cuál había evadido por vario tiempo. Era guardián y fue al primero al que buscó cuando fue restaurado. Le creyó en el primer momento y estuvo a su lado en los primeros meses pero David en lo fue alejando poco a poco. 

—El mismo—no pudo evitar sonreír.

—Claro, cuentas conmigo para lo que sea. Que gusto escucharte.—

—Necesito que consigas unas cuantas estacas de plata— sería algo sencillo, trabajaba en una academia.

 —¿Estacas?—sonó extrañado por aquella petición.

—He pensado que eso de que los moroi también entrenemos es algo bueno y quería intentarlo. Tal vez me siente bien.—mintió.

—¡Es una gran idea! Ya verás que sí. Me será un poco difícil conseguirlas pero ya me las apañaré ¿Te las envío a tu domicilio?—  

Lo tenía. 

—Me temo que no estoy en el país pero no te preocupes por eso, te mandaré una dirección para que me lleguen.—

—Y estás de viaje, que genial. Me alegro por ti, te oyes mejor.—

—Y lo estoy, gracias por esto.— colgó la llamada. Al parecer fue más fácil de lo que pensó. 

Casi se sentía mal por aprovecharse de la amabilidad de Jason pero todo esto lo valía. Porque lo hacía por un buen motivo ¿o no?

Linaje restauradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora