Comb the hair

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Era un mal día de cabello, el peor que ha experimentado al grado que su imagen fue un tema de conversación personal, inundándolo de una inseguridad amarga que se volvía paranoica antes la mirada; de pronto las hebras salvajes indomables dejan de ser un problema a la hora del almuerzo, principalmente cuando él llega a rescatarlo. Ataca primero con paciencia, esquivando cualquier agresión que su estado malhumorado realice, después con autoridad, demandado total atención de su parte, dominando por encima de los contras que crea su boca. Por último y más importante, va directo a la raíz del problema una vez se para en el escritorio, retirando del sombrero de fieltro un peine negro con el cual comienza su labor; las primeras cepilladas no hacen un cambio destacable en su humor, al grado de considerar decirle que prefería continuar evaluando los proyectos que se extienden en las orillas del escritorio, pronto esa excusa ronronea en su garganta, deleitándose por la dulzura de los movimientos que adormecen el malestar.

Cada vez su cuerpo es más pesado, contrariado a la sensación de ligereza que hay a lo largo de sus extremidades; decide buscar un lugar firme en la madera, debatiendo en si entregarse en totalidad al trato cuidadoso o luchar por mantenerse alerta para culminar la acción apenas la campana anuncie que el almuerzo acabó para todos. Lo maldice por lo bajo, culpándolo por orillarlo a elegir una posición en el juego. Queja que parece no importar demasiado, ya que continúa haciendo de la mejor manera posible su trabajo.

¿Es posible ser tan bueno?

Los dientes plastificados se retiran, provocando que vuelva a objetar un poco, fingiendo que no es indulgente para ese punto; pronto lo vuelven a silenciar al sentir un tacto más íntimo en su cabello, lleno de cariño y cuidado. Le roba un suspiro longevo, siendo contestado por un sonido que reconocería en cualquier parte. Ninguno está disgustado o incómodo, nadie está concentrado en ser atrapados.

Procura recuperar las palabras con el fin de indicarle donde volver a repasar los antropomórficos dedos para que incentiven la ráfaga agradable de cosquilleo que pasa por su cuerpo; cada indicación es acatada con precisión, llevándolo a creer que se encuentra ronroneando en alto, casi a las mismas frecuencias que los ocelotes que alguna vez lo criaron.

El sonido en el reloj de pulsera quiebra el ambiente, y lo hace preguntarse qué tan malvado sería cortarle el suministro de energía a Francis.

"¿Debes irte?" hace una mueca al entender que no hay muchas opciones para quedarse. "Lo sé, eres un ornitorrinco ocupado" el tono adormilado y comprensible permanece incluso cuando objeta sobre la capacidad del hombre de manejar la agencia, lo que parece hacerlo reír. "¿Sigue en pie lo de los bolos?" asienten y eso es suficiente. "De acuerdo, supongo que continuaré con lo que deje".

O no, por lo que dice su propio reloj, han invertido mucho tiempo en animarlo.

Lo ayuda a bajar del escritorio, acompañándolo a la puerta para que puedan despedirse.

Sostiene el pomo metálico, manteniendo la mano diestra ahí por un breve tiempo, la misma duración que el beso improvisado que le han obsequiado.

Me gusta tu cabello.

Es el último intercambio de información que ofrece para comenzar a irse por los pasillos.

Ya han enfrentado muchos rumores de su supuesto (y verdadero) romance entre los estudiantes, no necesitaban avivar el fuego.

Al menos, es más fácil explicar un gusto a su "asistente" que a un némesis.

Regresa a su asiento, evaluando las alternativas de calificación.

¿Darles una mayor plaza de entrega? De todos modos, puede apostar que la mayoría aún no ha resuelto la mayoría de los criterios que exige el mismo sistema; rasca su cabeza, evaluando la posibilidad para detenerse en seco.

Su cabello, ¿cómo estaba su cabello?

Busca su celular en el cajón lleno de utilería escolar, encontrando el aparato para utilizarlo como un espejo improvisado.

Es...un desastre, uno bastante agradable.

No es su imagen habitual pero es mil veces mejor a lo que era. Incluso el pequeño broche naranja en forma de huella era― ¿broche naranja?

Mejor dicho ¿broches?

Ha corrido hacia la ventana, esperanzado de encontrarlo.

Lo hizo.

"¡Te odio, Perry el ornitorrinco!"

31 ways to tell your nemesis that you like himDonde viven las historias. Descúbrelo ahora