Capítulo III

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En el camino pasaron riendo de cualquier cosa, disfrutaban cada segundo como si fuera el último, ni siquiera se habían dado cuenta en el momento que llegaron. Lena estacionaba su auto en el parqueo de Breadstrix con agilidad. Tenía una sonrisa adornando su rostro. Su mal humor y tristeza logró desaparecer gracias a la presencia de su mejor amiga y, muy importante, su "sobrina", Ruby Arias. Miró por el retrovisor viendo a la pequeña, se encontraba ya tranquila, en todo el trayecto pasó escuchándola soltar pequeños balbuceos, eso le encantaba, ya estaba pronta a cumplir un año de vida, en cualquier momento le diría mamá a Samantha.

Le daba cierta nostalgia recordar a Beth, sabía que tenía una edad similar a Ruby. A esas alturas, no sabían quién fue la persona que se encargó de adoptarla, pero en su interior le agradecía que lo hiciera, aunque le doliera, admitía que los padres de la criatura eran unos completos irresponsables. A diferencia de Samantha que, buscó la forma de obtener trabajo a la vez que estudiaba. Los señores Luthor se habían ofrecido encarecidamente a pagarle todo, pero se negó afirmando que era su responsabilidad por no haberse cuidado como debía ser. Aún así, aceptó la oferta de pagarle la niñera, porque su limitado salario no le alcanzaba, así como aceptó vivir "alquilando", el pequeño departamento de su madre, Elizabeth. Ese dinero siempre iba hacia una cuenta que sus padres habían abierto especialmente para ella.

— Déjame ayudarte, Sam — quitó su cinturón de seguridad para ayudarla a bajar a la pequeña.

— Gracias, Len — le sonrió agradecida — Parece mentira, pero pesa bastante.

— Eso me lo imagino, ya tienes unos bíceps definidos — le señaló sus brazos entre risas.

— No sólo eso, también tengo ojeras — bufó abriendo la puerta de atrás — ¿Qué pasó, mi amor? — sonrió tomando a la bebé en brazos.

Saber que todo esto te lo estás perdiendo, Quinn. Tan solo hubieras sido más responsable. Pensó fugazmente haciéndole muecas a la bebé para que se riera, tomó el bolso materno de Sam para cerrar la puerta. La pequeña comenzó a soltar pequeñas carcajadas moviendo con felicidad sus pequeños brazos gorditos.

— Le encanta que le hagas eso — se comenzó a reír Sam.

— Lo sé, soy la mejor tía del mundo. ¿Verdad, mi amor? — le tocó su pequeña nariz con su dedo haciéndola reír más.

— Serás una buena madre, Lena. He visto como tus ojos brillan cada vez que estás con Ruby — le dijo con sinceridad.

— No lo sé, Sam. A veces me da miedo pensarlo, mis padres nunca están, no quisiera que mis hijos pasen por lo mismo.

— Tú no eres como tus padres, Lena — comenzaron a caminar hacia el interior — Mírate, eres la mejor estudiante de McKinley. Además de madura, parece que tuvieras veinticuatro en lugar de dieciséis.

— Gracias, Sam — le sonrió — Tú también lo eres, eres una estupenda mamá y alumna.

Algunos de los presentes las miraban con curiosidad y cierta desaprobación pensando que eran pareja. Ohio era un pueblo con una apertura mental limitada, la mayoría de sus habitantes eran muy conservadores. Otros les regalaban ligeras sonrisas reconociéndola como la hija de los importantes empresarios de la mayor empresa farmacéutica del país.

Se acomodaron en una de las mesas que estaba junto a la ventana. Uno de los meseros se había encargado de acercarles una pequeña silla especial para bebé, le agradecieron con una sonrisa y él solo asintió retirándose a la cocina en espera de sus aperitivos.

— ¿Qué deseas comer, Sam? — le sonrió mirándola a través del menú — Ya sabes que el dinero es lo de menos.

— Lo sé — le sonrió — Algún día te pagaré todas las invitaciones a comer que nos haz hecho.

Una Perdedora Como Yo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora