Capítulo XXIII

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"Mis pies querrán caminar hacia donde estás durmiendo, pero seguiré viviendo." Recordó Kara las tantas veces que su abuelo le recitaba a Pablo Neruda antes de dormir. Se encontraba sola mirando como más estrellas empezaban a ocultarse, desde el jardín sentada en aquella banca donde él solía sentarse por horas y, justo el mismo lugar donde estuvo horas antes de perecer. La mañana se sentía gélida, quiso levantarse temprano porque no podía conciliar el sueño por el dolor tan fuerte que sentía su alma, parecía que todo se complementaba con el duelo. Observó a su alrededor, todo seguía igual de decorado, una decoración que se había hecho con amor, se transformó en una muy agria. Kara sintió como sus lágrimas empezaban a salir solas, no irrumpió su camino, dejó que estas terminaran impactando a su pantalón.

— Tan fuerte es el dolor que impacta mi alma, que hasta mis palabras se quedan atoradas en mi garganta — recitó con amargura tapando su rostro con ambas manos.

Lena estaba recostada en el umbral de la puerta abrazada así misma por el frío, miraba con el corazón en la mano a su novia llorando en silencio. Habían estado durmiendo juntas, ninguna de las dos pudo conciliar el sueño, solo que permaneció con sus ojos cerrados para no hacerla sentir. Había escuchado como se duchaba y arreglaba para salir. Poco después decidió imitar a Kara, quería apoyarla aunque fuera desde una distancia prudente. Sentía unas ganas enormes de ir a arroparla en su pecho, pero tenía presente que lo correcto era darle su espacio y no agobiarla con su constante presencia. Necesitaba tiempo para despedirse del señor Jordan a su manera, así como llorar cuántas veces lo sintiera necesario sin sentir que la miraban con "lástima".

Se aferró un poco más a la chaqueta de Kara para cubrirse todo lo que podía del frío de la madrugada. Lena cerró sus ojos pensando cuánto lamentaba no haber podido conocerlo antes de que lo azotara el alzheimer. Le hubiera encantado tanto escuchar las mismas historias que le contaba a su nieta, así como le hubiera gustado conocer a tan dichosa mujer como lo fue Mary Ann. Se casaron a los veintidós años y murieron con unos cuántos meses diferencia. Ese es el amor real, el amor eterno, pensó limpiando una lágrima que se escapaba de su ojo derecho.

¿Qué pasará ahora?, ¿qué pasará con la heladería y casa?, ¿volverán a National City? Su mente trabajaba a mil por hora, se sentía un poco intranquila en aquel sentido. A la vez que sentía mal por tener aquellos pensamientos ansiosos y de pánico. Quizá se estaba haciendo demasiado dependiente emocionalmente, o quizá tenía miedo por primera vez en su vida de perder a alguien, pero no cualquier alguien, sino su primer y al que consideraba único amor. Debo hablar con Kelly, creo que necesitaré más terapia de la que creía necesaria, volvió a pensar ejerciendo un poco de presión en su psique.

— Hey — Lena levantó la mirada encontrándose con unos ojos azules vidriosos frente a ella.

— Hey — sonrió de medio lado abriendo sus brazos.

Kara instintivamente comenzó a llorar de nuevo en su cuello abrazándose a su cintura debajo de la chaqueta. Se quedó en silencio esperando se deshagara lo que necesitara.
Terminaron por sentarse las dos en aquella banca abrazadas viendo como el sol comenzaba a salir.

— ¿Amor?

— Dime.

— Gracias por estar conmigo en este momento tan difícil para mi — Kara recostó con suavidad su rostro en la cabeza de su novia.

— Nunca te dejaré sola, cariño — recostó más su cabeza en su hombro con sueño — Nunca.

— Ni yo a ti, amor — la abrazó sintiendo paz en sus brazos — Lamento haber hecho que te desvelaras.

— No importa eso, ahora — le acarició su mano — Vamos a hacer café para todos, ¿te parece?

— Me parece bien, cielo. ¿Será malo robarme un pedazo de pastel? — bromeó con suavidad deshaciendo su posición para empezar a caminar de la mano.

Una Perdedora Como Yo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora