Capítulo XXX

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Eran las 8:00 P. M. Y el silencio adornaba sus departamentos, tenían una copa de vino sentadas en sus sofás correspondientes, trataban de descansar, habían tenido individualmente un día ajetreado. Estaban sumergidas en sus propios pensamientos, repasaban una, dos, tres veces su encuentro, uno que no fue para nada planeado y totalmente espontáneo. Habían sacado de sus pequeños escondites era la que se tomaron en aquella cabina de fotos, cuando fueron a la feria en Lima. Comenzaron a sonreír simultáneamente observándola con detenimiento, se seguían amando, sus cuerpos se llamaban para volver a unirse en una sola alma.

Kara suspiró dejándola en la pequeña mesa de café dándole un gran sorbo a su copa, sentía como la incertidumbre estaba empezando a consumirla, ¿volverían a retomar donde dejaron su relación? Tendría que tener bastante suerte si así fuera, pensó poniéndose en por para dejar la copa en la encimera, sentía que tenía un poco de sueño, aprovecharía eso para dejar sus pensamientos en pausa. Se dirigió a su habitación estirando un poco su cuerpo para tirarse en la cama y cerró sus ojos sin poder evitar imaginarse a los tantos momentos bellos que vivieron juntas.

— ¿Qué nos pasó, Len? — murmuró dejando que el sueño la dominara por completo — Porque sigo sintiendo que te amo como la primera vez.

Recostada en el ventanal de su habitación que daba a la ciudad, terminó de ver la fotografía soltando un suspiro. Dirigió su mirada unos instantes para apreciar como la ciudad seguía tan activa como si fuera aún de día. Quería adivinar en cuál de tantos edificios vivía la ojiazul, apretó con suavidad su mandíbula negando con su cabeza. Acomodó su bata negra para abrazarse así misma mirando la difusa luna que se observaba en el cielo, no pudo evitar pensar en aquella discreta cabaña en Massachusetts donde se habían entregado. Se sentía un poco incrédula, verla de nuevo encendió su anhelo por tenerla en sus brazos, sonrió de medio lado sintiéndose enamorada de nuevo.

— Solo tú tienes ese efecto en mi, Kara Danvers — cerró sus ojos imaginándola en su oficina — Te sigo amando como cuando estábamos en la secundaria — comenzó a avanzar hacia su cama para leer algo antes de irse a dormir.

Antes de que el reloj despertador sonara, Kara se encontraba en pie haciendo su pequeña, pero gratificante rutina de ejercicios. Le daba gracias a Dios haber adquirido ese hábito, por eso su cuerpo seguía manteniéndose en forma, algunos fines de semana se dedicaba a jugar partidos en el parque con algunos jóvenes desconocidos, extrañaba jugar con su equipo universitario, también extrañaba el tridente poderoso que habían formado Nia y Sara. Limpió su rostro con la toalla que descansaba en el sillon y se marchó hacia su baño, aprovechó para tomar un vestido color vino, quería verse a la altura de Lena, porque sí, estaba ansiosa por encontrarse con ella en el almuerzo.

Media hora tardó entre ducharse y arreglarse. Se hizo un desayuno rápido, un batido suplementario (no deseaba atrasarse), lavó sus dientes, tomó su bolso, las llaves de su auto y la carpeta que estaba sobre la mesa. Aquel BMW clásico fue reemplazado por un BMW i7 de color azul, el otro ya fallaba demasiado.

— Buenos días — saludó con una sonrisa a su vecina, una adulta mayor que tenía un perro al que ella solía llevar a la veterinaria.

— Buenos días, lindura — sostuvo la correa del canino — ¿Tienes una cita? — acomodó sus gajas para verla mejor. Kara se sonrojó un poco jugando con la carpeta.

— ¿Por qué lo cree, señora Stain? — comenzó a reírse nerviosa. ¿Desde cuándo soy tan nerviosa? Claro, desde que volví a ver a Lena, pensó.

— Oh, Kara. Yo también tuve tú edad — le apretó su mejilla — Estás linda para alguien, ¿me equivoco?

— No, no se equivoca — suspiró derrotada sonriendo — Hoy voy a almorzar con alguien muy especial.

Una Perdedora Como Yo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora