Día V: Mascara.

93 9 0
                                        

⚡ Tom Ryddle ⚡


El hechizo requirió de un arduo trabajo, consumiéndole casi toda su magia y casi logrando matarlo en varios intentos, pero lo logró. Había logrado volver al pasado.

Cuando regresó, se encontraba recostado en la dura cama del orfanato, sus ojos recorrieron la que antes fue la habitación de su niñez, paredes roídas por el tiempo y por el poco o nulo cuidado, un escritorio demasiado viejo lleno de rayones y nombres escritos sobre su superficie, de otros niños que al igual que él, terminaron en esa ratonera. Sonrió, como hacía tiempo no lo hacía, había salido tan bien ¡Perfecto!

Tom no daba crédito a semejante logro. Se levantó de la cama, intentando buscar su varita... Entonces recordó que aún no era un mago, eso lo hizo enojar, quería su magia AHORA.

Los vidrios de todas las ventanas del lugar explotaron en pedazos, escuchándose gritos desde todos los cuartos, niños llorando pidiendo ayuda y las encargadas corriendo confundidas e igual de aterradas.

No, su magia seguía ahí, siempre había estado ahí. Se tranquilizó, volviendo a colocar los pedazos de vidrio en la ventana de su habitación, como si no hubiera pasado nada. Los alaridos de dolor y lloriqueos eran música para sus oídos. Oh, estaba seguro que esa era una buena manera de comenzar el día.

La poca luz que entraba por la entrada de su habitación dejaba claro que apenas estaba amaneciendo ¿Qué día sería? ¿Qué año? Tendría que esperar hasta que todos se calmaran para preguntar por esa información.

Tranquilizó su emoción y decidió pensar sensatamente, los de ese lugar le temían, lo sabía. Podía oler el embriagante aroma del miedo saliendo de sus cuerpos, pobres criaturas insignificantes que no eran nada a la par suyo, y aun así, tan libres de ser y hacer lo que quisieran, ignorantes del poder que que existía en su mundo, oculto y que podría aplastarlos con un solo movimientos de muñeca.

Había cometido un único error en su vida anterior, no tomar en serio el poder del estúpido amor. Las personas hacían cosas increíbles si eran sometidos con miedo y dolor, pero lograban resultados imposibles con amor y esperanza... Amor... ¡Semejante sentimiento inútil casi lo había acabado! ¡Malditos sangre sucia! ¡Malditos sean los traidores a la sangre! Los acabaría uno por uno, con la misma arma que una vez los protegió.

Tomaría tiempo y dedicación, pero lo lograría y esta vez, ningún mocoso con acné podría detenerlo.

Esa mañana se enteró que tenía 10 años, disponiendo de un año completo antes de que Albus Dumbledore llegará a buscarlo. Antes había revelado demasiada información, y ocasionando que el mago se tornara cauteloso con su presencia, pero no cometería ese error en esta preciosa vida.

Vida, era tan hermoso tener un cuerpo joven sin dolor y sufrimiento. Se aseguraría que esta fuera una buena vida.

Creó una máscara, del pobre niño incomprendido y asustado de sus habilidades, deseoso de cualquier muestra de repugnante amor. Lo que una vez creyó sería una debilidad, funciono, no con los podridos muggles, pero si con los magos y brujas que conoció al cumplir once años.

Perfeccionó su actuación al punto en que hasta el mismísimo Albus Dumbledore bajo sus defensas con él. Era consciente de su poder, así que el viejo decrepito no se fiaba del todo, pero seguro pensaba amansarlo a su beneficio para tenerlo del lado correcto, exactamente lo mismo que hizo con Harry Potter...

¿Qué sería de los Potter? Quizás debería utilizar amortentia con Lily... O tal vez con James. Tantas opciones a su disposición.

Tiempo, aún tenía tiempo, todo el tiempo del mundo para endulzar los oídos de todos esos idiotas.

Debía ser cauteloso, ocultar sus deseos más sádicos y, estaba seguro, obtendría resultados mejores de los que conseguiría utilizando la maldición imperius.

-Solo yo viviré, por siempre.

Popurri - Fictober 2021Donde viven las historias. Descúbrelo ahora