15. Se tenía que decir y se dijo

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Lo prometido es deuda, fresitas.

Veo el cuerpo de Olivia salir de mi habitación

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Veo el cuerpo de Olivia salir de mi habitación. Los puños apretados a cada lado de su cadera es una total evidencia de lo que han causado mis palabras en ella. El enojo es palpable, la tensión rota y molesta me hace sentir incómodo y aprieto la mandíbula con fuerza.

Inconscientemente mi mano derecha se alza hacia mi torso, bajo mi palma siento como los pálpitos de mi corazón locamente me gritan que debo ir tras ella pero es tan difícil hacerlo cuando la razón de mi cabeza me lo prohíbe. Grito una maldición debido a la impotencia que siento y desordeno mi cabello por la frustración.

Escucho unos golpes en la puerta de mi habitación que me obligan a girar hacia esa dirección y puedo ver la imagen de mi abuela parada en la entrada. No es necesario que una palabra salga de ella ya que su mirada me lo dice todo.

Sé que es consciente de lo que ha sucedido entre la rubia y yo, no sé cómo. No sé si porque Olivia le ha podido decir algo, o simplemente porque la ha visto cabizbaja salir de aquí.

Su rostro refleja la melancolía y la decepción junta. Aprieto los labios en una línea y siento como mis mejillas se calientan por culpa de la vergüenza. No estoy acostumbrado a que mi abuela me riña a cada rato, más cuando la razón es una pulga invasora de cabello rubio.

«No tengo tiempo para esto.»

—Mamá, por favor. Necesito estar solo.

—¿Qué estás haciendo con tu vida, Connor Aleixandre Blake? —pregunta con aquel tono delicado que utiliza cada vez que demuestra la tristeza que le causa mi cambio tan brusco de personalidad, la cual opté desde el fallecimiento de las personas que más quería.

—¿No lo ves? Intento ser alguien para darte la vida que mereces.

—No todo es tener dinero... y no todo es una promesa que te auto obligas a cumplir.

—Mamá...

—Desde que la niña Olivia ha llegado a esta casa, siento que mi pequeño está volviendo a ser el mismo de antes.

—¿Qué? ¿Un idiota arrogante y egoísta? —pregunto, con ironía.

—Un muchacho que intenta ser feliz.

—Hice una promesa —reitero.

—Una promesa que no debes cumplir —aclara otra vez— Los errores de tus padres no tienen por qué recaer sobre ti, Connor. Lo que ellos hicieron con su vida, no es tu culpa. Debes aprender a entenderlo.

—No puedo, abuela. Siento que mi cabeza y mi corazón están en una guerra que no terminará bien. Yo... —muerdo mi labio inferior, asustado—. Cada vez que recuerdo la promesa que le hice a mamá, duele. Siento que la traiciono.

—¿Por qué dices eso?

—Porque... —me callo.

Mis ojos viajan a la mirada que me dedica la abuela. Me siento un poco consternado cuando observo una sonrisa en su rostro ante la pregunta y tal parece que ella ha sabido la respuesta mucho antes de que yo lo pudiera aceptar.

Un plan B, bastardo © [01] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora