¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
—Una guitarra y mi niñez. La escuela y mi primera vez. Amigos que no he vuelto a ver, se van quedando tras de mí —canta Connor con un ritmo al que no puedo seguir, pero aun así muevo mi cabeza ante la melodía.
El castaño me señala y pareciera que fuese un tipo de examen de español, del cuál no estoy preparada. Aún así abro la boca para hacer el ridículo.
—Un cigarrillo, una canción. Las fotos del primer amor. Recuerdos en mi habitación, se van quedando tras de mí. —el hombre a mi lado tira golpes al volante junto al ritmo de la canción y sigo con la letra en medio de risas que me provoca su ánimo.
—¡Bravo! —grita y niego con la cabeza— Ahora tu español se escucha decente, fresita.
—Si me vas a estar haciendo escuchar canciones en ese idioma, obviamente debo aprender un poco. Puede que el cantante me esté llamando perra y yo como idiota estoy disfrutando la canción —justifico mi respuesta con una alzada de ceja que divierte a Connor y me dedica una sonrisa antes de volver a girar su rostro en la carretera.
Noto que el parabrisas se mueve de un lado a otro limpiando el vidrio por culpa de la lluvia que está cayendo con fuerza. Eran las 11 de la noche y junto a Connor, recién estábamos dirigiéndonos al departamento pues su ensayo había terminado muy tarde.
Isla podría ser muy perfeccionista... e insufrible.
El sonido que había las gotas contra el techo del auto me generaba un poco de calma en el viaje. Desde que subí al coche no podía dejar de experimentar la ansiedad en mi cuerpo al ser consciente del pequeño dejavu que se reproducía en mi mente a cada minuto.
Luego de aquel accidente en Estados Unidos.
Nunca pude ahorrar el coraje de preguntarle a mi padre sobre lo que sucedió con aquel hombre. Creo que al final, él tenía razón. Sólo era una niña mimada que no sabía valorar la vida de otras personas al creer que tenía todo por dinero. El haberme librado de la cárcel no traía tranquilidad a mi vida luego de ello. Nunca pude sentirme así.
No he podido comentarla a Connor sobre cómo me sentía. ¿Y si ya había olvidado el por qué me trajeron a Australia? ¿Y si le decía y se decepcionaba de mí? ¿Si dejaba de mirarme con ese rostro de niño enamorado por culpa de mis errores?
Muerdo mi labio inferior no pudiendo borrar esas preguntas de mi cabeza. Bajo la mirada hacia mis manos que se encuentran en mi regazo. Mi dedo pulgar rasca la piel de mi dorso y no puedo calmar la sensación de nerviosismo y temor al tener una respuesta negativa de mi propia conciencia.
Suelto un suspiro ahogado.
—Es la cuarta vez que te escucho suspirar de esa manera desde que salimos del estudio. ¿Sucede algo malo? —pregunta Connor a mi lado, mientras logro ver una de sus manos colocarse encima de mi pierna izquierda— ¿Estás bien?