7. No soy ingeniero, pero me las ingeniaré para sacarte una sonrisa

22.5K 2.8K 2.2K
                                    




Digan presente:

Digan presente:

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Dolida

Decepcionada.

Deprimida.

Así era cómo me sentía justo ahora. Aún no lograba asimilar la razón del desasosiego, de la rabia y del dolor que martirizaba mi cabeza y mi corazón. El constante sonido de mi llanto, atrapado entre estas cuatro paredes,  sin darme tiempo a pensar lo que había ocurrido unas horas atrás. 

Vuelvo a agarrar la botella de vino y empino la boquilla contra mi boca, dándole un gran trago al alcohol que pasa por mi garganta sin ningún tipo de calma. La copa ya no me servía luego de haberla estrellado contra la pared y me sentía culpable de arruinar un objeto que no era mío en miles de pedazos que ahora se encuentran esparcidos en el suelo de la habitación.

«Tendré que comprarle una docena de vasos a la señora Norma por culpa de mi impulsividad.»

Pero claro está que ese pensamiento me importa menos que nada, no cuando estoy pagando mi rabia contra otro de los objetos más preciados que tenía.

Mi álbum de fotos.

—Maldito. Bastardo. Traidor —espeto con rabia, arrastrando las palabras mientras continúo destruyendo las fotografías que tengo en mano—. Mala amiga. Asquerosa. Arpía de cuarta. Por ti, las botellas de champú tienen instrucciones, estúpida de mierda.

Foto por foto, las voy sacando del álbum que había traído a Australia sin entender la razón, cuando el tema con ellos se había ido al demonio antes de venir aquí. Solo una estúpida podía pensar que después de ese escándalo, nuestra relación seguiría siendo la misma.

«¿Es que solo me juntaba con pura gente hipócrita?»

Las lágrimas caen a montón por mis mejillas, mientras aprieto el vidrio de la botella en mi mano queriendo que todo el dolor que hay en mi pecho desaparezca. Muerdo el dorso de mi mano para que mis sollozos no se escuchen tan fuerte. Sabía que Connor ya había llegado a casa y escuché la puerta de su habitación hace un momento. Lo último que quería es que ese cavernícola me viera llorar, borracha, porque me fueron infiel.

«No podía ser el hazme reír de ese imbécil.»

—Joder —emito un grito silencioso y agarro mi cabeza entre mis manos, golpeando mi frente contra la cama—. Deja de llorar, Olivia. Carajo, tú eres mucho más que esto.

A pesar de mis palabras, éstas no funcionan para nada. Cada vez que me sentía triste porque Marco coqueteaba con alguien frente a mí, o escuchaba a mis amigas hablar mal de mí, siempre decía en voz alta lo maravillosa que era y soy consciente que muchas veces funcionaba.

Ahora no.

«¿Qué me duele tanto? ¿Por qué no puedo dejar de llorar?»

Me seco las lágrimas que llegan a mi barbilla y con los ojos un poco hinchados casi al punto de que terminen por desaparecer mi visión, me dispongo a salir de la cama dejando las fotografías rotas encima de ésta. Agarro la botella de vino del cual aún queda menos de la mitad y me coloco una casaca enorme para el frío. Eran casi las 2 de la mañana.

Un plan B, bastardo © [01] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora