CAPITULO 56.-

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Cada respiración era controlada.

Los asesinos estaban alrededor del círculo de pelea, en el centro Gabriel los miraba de uno por uno. Esbirrel se preguntó si su viejo amigo echaba de menos a Marion entre los suyos.

Tal vez lo hacía, aunque no lo demostrara, se preocupaba por ellos como un padre lo haría; por Taisha y su enorme capacidad para meterse en los problemas de otros, por Abel quien se sumergía dentro de sí mismo, por Adam que guardaba odio por cada reino conquistado, por Marion quien tenía que aprender a cerrar la boca. Ellos eran los niños de Gabriel.

Esbirrel lo sabía, entendía que él, Deméter y Sairus no ocupaban ese sitio en la mente de su líder, ellos eran la primera línea de defensa, quienes actuarían si lo demás fallaba. Guardaban secretos, incluso de los más jóvenes del grupo. Sabía que Gabriel no era honesto con él sobre la mayor parte de las cosas, sin embargo, le confiaría su vida.

De la élite, era el único que se atrevía a llamarlo amigo.

―El reino del Este amenaza nuestras vidas― dijo Gabriel después de un momento.

Aquel viento triste que señalaba el final de los días del sol se arrastró desde el bosque, para meterse entre sus ropas.

Ninguno respingo ante el frío que raspaba su piel. Solamente el cabello de cada uno siguió el movimiento.

Tal vez no se daban cuenta de lo que hacían, pero todos habían levantado la barbilla, cuadrando los hombros esperaban una orden.

―Lunas atrás, Adam trajo al castillo a un soldado de Kunam del Este― informó Gabriel, sosteniendo un pergamino arrugado entre sus dedos―. Sairus ha intentado hacerlo hablar, pero esos malditos fueron forjados en el calor del sol de Xué. No podemos esperar honestidad ni siquiera en las torturas, de quienes han soportado el calor abrasador de Kunam.

Todos asintieron de acuerdo con él. Por una razón el Este había logrado mantenerse al margen, aceptando refugiados, rechazando las invasiones del Oeste, metiendo espías en las tierras de Xenie.

Esbirrel se percató de la respiración desigual de Adam cuando Gabriel asintió en su dirección, ordenando que hablara.

―Eran tres guerreros del Este― explicó Adam con pausada voz, como si contara una historia―. Dos fueron devueltos a sus tierras, y uno se quedó: Nitram de Kunam del Este. Él habló sobre el príncipe Gendir, quien según los informes es el segundo hijo del rey Galahad.

Al inicio pensé que se trataba de una estupidez, ya que depositaban demasiada fe en ese hombre. Sin embargo, recordé que me habían informado sobre una carta, donde retaban al Oeste a un duelo, para evitar el derramamiento de sangre. Según mi informante...

Adam se interrumpió para dirigir una mirada molesta a Taisha, quien simuló una tos para ocultar su risa. Esbirrel no la culpaba, todos sabían quién era su informante, y porque razón esa mujer aún seguía en el castillo. Si dependiera de él, la serpiente habría perdido su cabeza mucho tiempo atrás.

―... Un pequeño ejército del Este se acerca a través del Desfiladero de los huecos.

―Imposible― gruñó Deméter―. Se verían obligados a atravesar el creciente Muro de Almas, y desde que los Forjadores del Destino desaparecieron nadie cruza esas tierras. Hay bestias, gitanos y asesinos, por no mencionar a las brujas malditas.

―Sé lo que hay en esos paramos― espetó Adam de vuelta―. Yo no guío ese ejército, simplemente hablo de lo que escuché.

Gabriel se cruzó de brazos, el único indicio de que esperaría por un tiempo limitado para que dejaran de hablar. Ambos se dieron cuenta del acto, así que cerraron la boca y miraron al frente.

El Último OráculoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora