CAPITULO 34.-

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Dwyer se encontraba lavando los pisos, había un cubo a su lado en el que enjuagaba constantemente los trapos sucios, sus manos comenzaban a estar ásperas. Amaris se preguntó cómo alguien que podía dedicar su vida a la sanación, mantenía sus manos en constante riesgo haciendo cosas pesadas dentro del castillo. Deseaba con todo su ser que la pelirroja fuera una dama de la corte y no una sirvienta.

Por eso la ayudaba a limpiar, porque no podía soportar el hecho de que todo ese talento, inteligencia y devoción se quedaran encerrados en unas paredes. Amaris limpiaba sus habitaciones al lado de Dwyer y ella no reclamaba por la ayuda, ya que al acabar, juntas tomaban la comida, hablaban y estudiaban diferentes libros de historia o de herbolaria.

La joven pelirroja se sentó sobre sus rodillas, dejó el trapo dentro del cubo y se limpió el sudor de la frente con el dorso de la mano.

―Estoy sedienta― comentó.

Amaris rápidamente dejó de colocar los fondos de los vestidos dentro de su armario y corrió a la mesa para servir agua y entregársela a Dwyer, quien la bebió con rapidez.

― ¿Quién es la dama de quién?― preguntó una voz femenina en la puerta.

Ambas miraron en dirección a la puerta, ahí estaba Taisha, recargada sobre el marco, lanzando una roca al aire y atrapándola de nuevo.

― ¿Qué quieres?― preguntó Dwyer poniéndose de pie― ¿Hay alguien herido?

Taisha negó un par de veces.

―Las cosas han estado algo tensas desde la amenaza del Este. Se han turnado guardias en el castillo y otros en el pueblo. Un guerrero de élite por guardia― entró en la habitación y paseó sus ojos por cada detalle―. Por suerte para ustedes, es mi día libre ¿Han acabado ya con este lugar?

― ¿Quieres que limpiemos tus habitaciones?― inquirió Dwyer con tono hosco.

La guerrera puso los ojos en blanco y se cruzó de brazos.

―Causé problemas― dijo con calma―. Y soy consciente de lo que pudo suceder con Abel si Dwyer no hubiera estado aquí... si Gabriel no llegaba a tiempo...― tragó saliva y las miró―. Así que si ya terminaron de limpiar aquí, tenemos cosas que hacer.

Amaris sabía que lo único que debían esperar era que los pisos secaran, así que intercambió una mirada con Dwyer y juntas siguieron a la guerrera al exterior. Cruzaron el pasillo hasta la torre de los asesinos, donde las llevó a la armería.

Un sinfín de cosas pasaron por la mente de Amaris, no conocía el nombre de muchas de esas armas.

Ella sabía que los guerreros debían montar guardia, y desde que Abel había mejorado considerablemente de su pierna, lo habían invitado con el capitán de la guardia a vigilar las fronteras con el bosque, aunque ningún rey se atrevería a utilizar el bosque para un ataque.

Gabriel y Adam habían ido a hacer preguntas al pueblo y al mercado de los gitanos, o eso le había dicho Abel.

―Necesito que se cambien de ropa― comentó Taisha y les arrojó algo que Dwyer atrapó en el aire, pero Amaris tuvo que levantarlo del piso, pues estaba distraída.

― ¿Pantalones?― preguntó la sanadora al extender las prendas― ¿Y botas?

―Ciertamente― dijo Taisha con una sonrisa―. No pueden pelear con faldas, aunque sería divertido verlas intentar.

― ¿Pelear?― inquirió Dwyer.

― ¡Me encantaría usar pantalones!― exclamó Amaris―. Ya una vez los había usado, en el bosque, pero eran de Abel. Debo decir que son de una comodidad que...

El Último OráculoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora