CAPITULO 33.-

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― ¡Quiero proponer un brindis!― exclamó Taisha. La guerrera estaba de pie sobre una de las mesas― ¡Por Dwyer!

Adam alzó su tarro en dirección a la sanadora. Quien con una sonrisa aceptó los gritos y aplausos de todos en la sala de la torre.

Asesinos y aprendices habían decidido celebrar la recuperación de Abel, quien había sido capturado semanas atrás. Su hermano caminaba con la ayuda de un bastón, pero era algo temporal. Ahora se encontraba sentado al lado de Amaris y Sairus. La joven parecía tenerlos llenos de preguntas. Algo en esa escena le parecía gracioso, pues ninguno de los dos era conocido por ser hablador, sin embargo, ambos parecían querer mantener el estado de ánimo de Amaris.

Incluso pudo ver a Campana, corriendo de un lugar a otro, buscando que comer y con quien hablar. Todos en ese sitio lo incluían y aceptaban.

Abel había estado de mal humor desde el momento en el que pudo ponerse de pie, ya que Dwyer y Gabriel no le permitían entrenar. En su lugar, simplemente permanecía sentado, observando los entrenamientos, Amaris solía leer para él y a su hermano no le molestaba.

Adam lo visitaba siempre que podía, pero últimamente lo enviaban con guardias del palacio a vigilar las calles del reino. Habían sido tareas exhaustivas, pero ahí estaban, celebrando con el resto de los asesinos y sus aprendices.

Taisha levantó su tarro cuando uno de los sirvientes lo llenó de nuevo.

― ¡Ahora! Me gustaría solicitar la incorporación de Dwyer a la élite...― continuó hablando la guerrera―. Y es que todos somos un montón de idiotas holgazanes que no sabemos cuidar nuestra propia espalda― señaló a Gabriel con una mano, el líder simplemente negó un par de veces, parecía divertirse―. Pienso que, tener a Dwyer en nuestro grupo, puede ayudar a mantener nuestros traseros fuera de las puertas de la muerte. Además, es hermosa y de carácter firme.

Ella empinó la bebida sobre su boca, parte del líquido resbaló por su barbilla. Taisha se limpió con un gesto brusco y dejó el tarro sobre la mesa en la que se encontraba de pie, la guerrera se inclinó y ofreció una mano a Dwyer para que la acompañara. La sanadora se cubrió la cara con una mano, en un gesto claro de vergüenza, pero aceptó la mano de Taisha.

La pelirroja llevaba puesto un vestido de color verde oscuro, el cabello suelto le caía por la espalda, reflejando la luz de las antorchas, tenía su propio tarro lleno en la mano, el cual empujó hacia su boca, acabando con el contenido, la habitación se llenó de vítores.

Adam se encontraba recargado sobre uno de los pilares de roca que cubrían la entrada a las escaleras, él no recordaba una fiesta igual a esa. Ni siquiera en el palacio.

Y ocurrió algo mágico. Dwyer zapateó sobre la mesa, el eco provocado por el ruido hizo que las voces se fueran apagando de una por una. Efecto que solo podía provocar Gabriel con gritos. El guerrero tragó saliva, completamente ajeno a todo lo que sucedía a su alrededor, sus ojos seguían cada movimiento de la joven, quien repitió el zapateo y aplaudió dos veces, elevando las manos sobre su cabeza juntó las palmas de nuevo y giró un par de veces.

Adam reconoció los pasos. No era un simple baile. Era una especie de ritual del reino del sur. Sabía que ella era de un reino conquistado, y tenía sentido que perteneciera al lugar de los pantanos, donde estaba repleto de curanderos. El rey del oeste los había atacado por miedo a que los sanadores se rebelaran, muchos murieron, y otros se esparcieron por los reinos. Dwyer era hija del reino de la diosa que curaba a través de fuego, no simplemente las heridas, también el espíritu. Pertenecía a la estirpe de Birgit. Por eso conocía las historias de los estanques de la sabiduría, del archipiélago de los alquimistas...

El Último OráculoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora