Era una historia prohibida, con el pasar de los años se hizo leyenda... y quedó reducida a una canción cantada a los niños de los diferentes reinos, en cada poblado un anciano la cantaba, y era la favorita de muchos infantes. No importaba el origen de ellos, podían vivir en la calle, ser huérfanos, hijos de la guerra o de alguna prostituta con algún lord. Incluso llegaban niños de las cortes a disfrutar de aquella canción, para después pedir a sus madres que la cantaran para dormir... más algo extraño ocurría; ningún adulto a su alrededor conocía la canción. Solamente los ancianos, aquellos Custodios de la historia.
Hablaban de un bosque mágico, hecho de luz de luna. En cada rincón, entre los árboles y debajo de cada tronco se entretejían puentes fabricados con roca de color blanco, nadie sabía de donde venía, y la magia era la única explicación. No había necesidad de antorchas o lámparas, pues la luz de la luna hacía brillar cada roca del lugar.
Ningún humano conocía la entrada a ese bosque y si alguien estaba cerca del camino, los Vigilantes se encargaban de enviarlos a otro lugar. Eran ellos quienes custodiaban a través de las torres, para evitar que alguien se acercara a ese santuario.
Ni siquiera los Vigilantes sabían porque debían alejar a los curiosos, simplemente seguían las leyes de su pueblo.
Hasta ese día, donde un hombre cansado de la vida logró burlar cada Vigilante en su camino, incluso las sombras lo ignoraban ya que no tenía miedo de morir, era una simple existencia en ese mundo. Su alma estaba a punto de cambiar.
El hombre atravesó las guardas al bosque mágico y al encontrarse cara a cara con la Diosa de la Luna, el extraño cayó de rodillas y habló de toda la maldad que había provocado en ese mundo. Rogó por la muerte, sin embargo, la Diosa tuvo piedad y lo dejó entrar en el bosque para luego marcharse.
La Deidad nunca más volvió a ese lugar. Él nunca se preguntó el porqué de tal acto, ya que no era correcto poner en duda las acciones de los Dioses.
En el bosque encontró aquello que dio sentido a su existencia, su alma cambió y su mente nunca volvió a ser la misma: Ese hombre había sido nombrado como Guardián de la luz.
Protector de lo que ese Santuario habitaba.
Y al adentrarse más en el bosque, su mirada se cruzó con un par de ojos grises que lo miraban con curiosidad. Sin saberlo, en ese momento, habían sellado el destino del Guardián al del primer Oráculo.
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Había encontrado a Dwyer esperándola en las escaleras, aun no amanecía, pero la hora se acercaba. Ambas vestían pantalones, camisas holgadas y botas. Esperaban por Taisha, quien les había prometido que irían a correr esa mañana.
Amaris, a pesar de su cansancio por el entrenamiento del día anterior, se encontraba emocionada por esa nueva actividad. Durante su carrera al lado de Dwyer, quien resoplaba solo un poco menos que ella, Amaris suponía que era por el tiempo que la sanadora había pasado robando en los mercados, y al lado de Taisha, quien parecía desesperar al tener que ir a un ritmo más lento, Amaris había sido testigo de paisajes increíbles, en los jardines exteriores, donde era vigilada por los guardias de la torre, incluso recorrieron los campos donde los campesinos sembraban, muchos de ellos saludaban a Taisha como si la conocieran.
Amaris saludó a Sairus mientras corría, el guerrero se encontraba de guardia, como Abel le había explicado con anterioridad. Él pareció feliz de verla, y aun cuando se despidieron, ella sintió a las sombras a su espalda, pero había aprendido a no temerles y agradecer esa presencia vigilante.
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El Último Oráculo
FantasyUn poderoso reino. Dos experimentados asesinos. Tres leyendas para niños. Cuatro reyes que luchan por un mundo. Cinco diferentes criaturas. Seis guerreros de Élite. Siete elementos del destino. Ocho hijos que quieren un trono. Nueve décadas de...