CAPITULO 42.-

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"Con tres en una mano, uno de seis cruzó.

Un mar tormentoso hasta el fondo del pozo.

Cabalgando encontró el perdón de la vida en la muerte.

Y en el Tridente decidió que no valía la pena tentar la suerte.

Siguiendo un mapa de estrellas, vio en los ojos del mar: Nueve años de historia perdida, en el Tridente de Altamar.

Con tres en una mano, el jinete cabalgó, sobre aguas misteriosas.

Con tres en una mano, uno de seis vio en el pasado leyendas horrorosas.

Con tres en una mano... El hombre a su vida renunció y a las estrellas entregó: Nueve años de historia perdida, en el Tridente de Altamar"

-Canción de la Isla de los Sueños.

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Campana sentía un extraño hormigueo en las piernas, después de haber cabalgado por un día y medio. Su espalda dolía al igual que su trasero, nunca había pasado tanto tiempo sobre un caballo ¡Y sin descansar!

Justo ahora, cuando una ligera llovizna había comenzado a caer, maldecía el haber querido ayudar a Marion en los establos para ganarse una moneda de plata, porque por ese motivo lo habían obligado a acompañarlo en esa misión ¡Él no era un guerrero! Solamente era el protector de Dwyer y Amaris, las damas más importantes en ese castillo.

Sintió su cabeza caer al frente, justo cuando pasaban por otro grupo de árboles y rocas que lucían exactamente iguales a todos los del camino anterior.

―Estamos perdidos― dijo Campana.

Pero el guerrero que cabalgaba el caballo de color café, no dio signos de haberlo escuchado, tal vez pensaba que aún se encontraba dormido, lo que hizo al chico preguntarse si Marion había dormido en ese tiempo de cabalgata. Tal vez no, pues no se habían detenido.

Sabía pocas cosas acerca del lugar al que viajaban. Y sobre la misión que les encomendaron, no conocía los detalles, solamente que tenían que encontrar un pergamino en una especie de "casa".

― ¿Qué pasa si la misión no se cumple?

Sintió la risa de Marion retumbar contra su espalda.

―Como si fallar fuera una posibilidad― gritó el guerrero, por encima del ruido del viento.

― ¿Estamos perdidos?― preguntó de nuevo, a sabiendas de que estaba siendo escuchado.

Después de unos minutos de cabalgata, el asesino respiró profundo, deteniendo al caballo.

Campana esperó a que el animal se detuviera por completo. Marion bajó, después lo tomó por debajo de los brazos, como si fuera un niño, para bajarlo también.

―No soy un niño― dijo Campana molesto.

―No me importa― replicó el guerrero.

Lo dejó en el suelo, a un lado del caballo, para luego descargar dos bolsas que el guerrero había empacado cuidadosamente en sus habitaciones. Le entregó una a Campana, después sacó dos pañuelos de su bolsa. Comenzó a andar, dejando atrás al caballo.

― ¿Vamos a caminar?― preguntó Campana.

―Sí, y te estas quedando atrás.

Frunció el ceño a la espalda del guerrero, y tuvo que correr para alcanzarlo.

Campana levantó la cabeza para ver hacia donde se dirigían. Era el comienzo de una montaña, los arboles cubrían la entrada, el denso follaje se parecía la del bosque que rodeaba una parte del castillo del Oeste, pero estaban muy lejos de ahí, podía ver como el camino comenzaba a subir, rocas con extrañas formas aparecían en el pasaje, y no es que tuviera miedo, pero si trató de ir al lado del guerrero.

El Último OráculoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora