Capitulo 32.-

943 146 39
                                    

Arles había permanecido haciendo guardia en la sala del trono. Él estaba hablando con su padre acerca de las acciones que deberían tomar para que el pueblo no muriera de hambre, el exceso de lluvia había matado gran parte de las cosechas. Habían tenido esperanza en que la sequía por fin terminara, pero eso era diferente, era un castigo de los dioses, quienes se burlaban de su fe. La lluvia, había sido a ojos de Arles, como la orina de los mismos dioses regada sobre el campo, era la respuesta a las oraciones del pueblo. Ellos estaban cansados de la creación de la tierra.

Estaba en medio de esa reunión con su padre el rey, cuando Gabriel, el líder de la élite de asesinos, entró en la sala, sin avisar sin ser anunciado. Ni siquiera los guardias de la entrada se atrevieron a detenerlo, y es que, Arles debía admitir que incluso él sintió miedo. Nunca había visto a Gabriel demostrar otra emoción que no fuera calma o desprecio.

El líder de la élite no estaba armado, pero no hacía falta, el príncipe sabía que de quererlo, el asesino podía matar a todos ahí con sus propias manos. Eran pocos los datos que tenía sobre él, y es que era como si Gabriel formara parte del reino de la luna, había estado ahí cuando Arles nació y creció, oculto entre las sombras, haciéndose cargo de las tareas del rey, mostrándole al mundo quien era la mano derecha del monarca y porque era el más fuerte de todos los reyes cardinales.

Sin embargo, Arles tuvo que retroceder un paso cuando el asesino habló.

―Has faltado a tu palabra― gruñó Gabriel, los hombres de la corte y Arles se quedaron en silencio, mirando al rey.

―Salgan― ordenó su padre―. Lárguense de aquí.

Arles dirigió a los hombres de la corte hacia la puerta de la sala del trono, quiso decir algo, pero bastó una mirada del rey para que el príncipe no insistiera. Cualquier persona que pusiera en duda la palabra de su padre, perdería la cabeza en el acto ¿Por qué Gabriel no?

El príncipe se había asegurado de que los miembros de la corte abandonaran los pasillos, y simplemente se quedó él, recargado en los pilares, sentado sobre el borde, en el suelo, hablando con los guardias... y Gabriel no salía de la sala del trono, pudo jurar que escuchó algo como si estuvieran gritando, pero ¿Quién en su sano juicio levantaría la voz en contra del rey?

Arles no se consideraba una persona impaciente, quizá era porque nunca lo habían hecho esperar, él era el hijo favorito del rey, bastaba con solicitar las cosas una vez para que estas llegaran a su mano. Comprendía un poco los sentimientos de su hermano Bertrán ahora.

Escuchó pasos en el pasillo, miró en dirección al lugar del cual provenía ese sonido. Era un guardia, uno de los encargados de entregar los mensajes al rey, uno de los hombres de más confianza del capitán.

―Su alteza― dijo el guardia e hizo una reverencia para el príncipe.

Arles inclinó la cabeza en su dirección.

― ¿Tienes un mensaje para el rey?

―Si, señor.

―Entrégamelo. El rey no está dispuesto en este momento.

El guardia frunció el ceño.

―Tengo órdenes estrictas de...

Arles asintió, tenía curiosidad por el mensaje, también por la urgencia del mismo, pero no quería presionar a ese hombre. Solamente tenía que conocer el contenido de ese mensaje antes que Bertrán o que cualquiera de sus hermanos.

Hizo un ademan en dirección a la puerta, el guardia intercambió un par de palabras con los vigilantes en las puertas. No conocía el contenido de ese pergamino, pero tenía que ser importante si permitieron entrar al guardia. El hombre se quedó dentro de la sala del trono, en su lugar salió Gabriel, quien parecía más tranquilo en comparación al asesino enojado que había entrado.

El Último OráculoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora