CAPITULO 48.-

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No era amor.

Simplemente no podía serlo. Una cosa era fingir coquetería, estar en ese espacio en el que jugaban el uno con el otro, con una delgada línea que no podían cruzar.

Tal vez él no estaba enamorado, quizá simplemente era deseo, Dwyer podía lidiar con eso, enfadarse por eso, estaba acostumbrada a que los hombres la miraran de esa forma tan desagradable, realmente podía pelear contra eso. Pero no era capaz de responder al amor.

No sabía lo que era, ni entendía sus motivos.

Entonces no podía ser amor, porque si lo era, ella no podría volver a ver a Adam a los ojos.

Sobre todo no después de verlo de pie en ese bosque, mientras Dwyer robaba el caballo del guerrero para huir de él.

Había sido una mala persona, una... una... ¡No podía encontrar las palabras para definirse! Lo dejó solo y triste en ese bosque, los dioses sabían lo que hizo para regresar.

Sacudió la cabeza, lanzando un vestido de Amaris hacia la cesta, necesitaba dejar de pensar en la declaración de Adam, y continuar separando la ropa sucia de la limpia, porque si seguía así, Amaris era capaz de salir en interiores a dar paseos en el castillo, y solo los dioses sabían lo que Abel haría con quienes se atrevieran a mirarla, todo porque Dwyer no lavaba su ropa.

―No comprendo― dijo Amaris, sentada en la cama, con sus piernas dobladas debajo de ella―. Porque no podemos pedir una sirvienta para ti.

Dwyer aplastó los fondos para hacerles espacio en la cesta.

―Porque no y ya.

La albina le dio una mirada inquieta.

― ¿Sigues molesta?

― ¿Por qué debería estar molesta?

Amaris se encogió de hombros, el cabello blanco le había crecido, ya podía ocultar sus hombros con él. Aunque a Dwyer le gustaría que aprendiera a cepillarlo o trenzarlo, porque en ocasiones tenía que quitar ramas o bichos muertos de él.

―Estás enojada desde que regresaron de Virum― comentó Amaris―. Simplemente no entiendo la razón ¡Deberías estar feliz! ¡Es un día soleado!

―A ti te gustan todos los días. Si está nublado, con sol o cualquier otra cosa, incluso el viento.

De nuevo se encogió de hombros.

―Es que todo el mundo es maravilloso.

Dwyer se sentó a los pies de la cama.

―No todo el mundo lo es. Hay lugares y personas que me gustaría nunca conocieras― dijo en voz baja, mientras recargaba la cabeza contra sus manos.

― ¿Por eso estás enojada?

La sanadora levantó la cabeza, dirigió su mirada a la ventana, las aves volaban alrededor del castillo. Se acercaba el equinoccio, los días de flores y vida. Había escuchado hablar a las sirvientas sobre como la reina ofrecía un festival para pedir a la diosa de la Luna las bendiciones para la siembra.

― ¿Qué piensas sobre Adam?― preguntó Dwyer después de un momento.

Sintió la cama moverse, inmediatamente percibió el calor del cuerpo de Amaris a su lado.

―Es un tonto― respondió con honestidad.

Contra su voluntad, arrancó una sonrisa de los labios de la pelirroja.

―Pero... ¿Crees que sería capaz de inventar algo para burlarse de mí?

Apretó fuerte las manos contra su falda, y levantó la cabeza, viendo su reflejo en el espejo frente a ella, el cabello rojo atado en un moño, y un pañuelo de colores alrededor de la cabeza, para evitar que se saliera de su lugar y se pegara a su rostro. El vestido de color azul, con parches que ella misma le había cosido. Incluso la piel pálida, las ojeras marcadas debajo de los ojos, no parecía que alguien pudiera amarla.

El Último OráculoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora